BANDRÉS
Juan María Bandrés no fue un político excepcional, pero su ejecutoria, honesta y valiente, fortaleció la democracia.
Jon Juaristi
Como habría escrito Borges, Juan María Bandrés ha cometido el solecismo de morirse en medio de la tangana mediática, que no social, producida por el anuncio del “cese definitivo” de los atentados de ETA.
Los españoles que votarán por vez primera el próximo día 20 ya no saben quién fue Juan María Bandrés. Cuando nacieron, éste acababa de retirarse de la política, tras la fusión de su partido, Euskadiko Ezkerra, con el Partido Socialista de Euskadi. Durante más de un cuarto de siglo, Bandrés había sido una figura relevante en el panorama vasco, primero como abogado defensor de miembros de ETA en los tiempos del franquismo, y después, en la Transición, como impulsor de una corriente de la izquierda abertzale que, dirigida por algunos de sus antiguos clientes, rompió abiertamente con la violencia y se integró en el sistema democrático. En 1981 participó en la refundación de Euskadiko Ezkerra, organización que, enfrentada a ETA, incorporó a los disidentes del Partido Comunista de Euskadi, los entonces llamados “renovadores”. Bandrés ostentó la presidencia del nuevo partido, cuyo primer secretario general fue el también fallecido Mario Onaindía. Durante sus diez años de existencia, Euskadiko Ezkerra, cortejada a la vez por el PNV y EA y por los socialistas vascos, siguió una trayectoria políticamente errática, pero firme en lo que respecta al rechazo del terrorismo y a la defensa de la democracia. Con una base electoral muy minoritaria, consiguió, no obstante, mantener una exigua representación en el Congreso (Bandrés fue diputado desde 1979 a 1989; antes, entre 1978 y 1980, había sido Consejero de Transportes en el Consejo Preautonómico Vasco que presidió el socialista Ramón Rubial).
Mezcla heterogénea, según palabras del propio Bandrés, de nacionalistas, federalistas, autonomistas, eurocomunistas, socialistas y socialdemócratas, Euskadiko Ezkerra renunció a clarificar su línea política y se abismó en posiciones testimoniales caracterizadas por un buenismo narcisista parecido al que años después exhibiría el PSOE de Rodríguez Zapatero, aunque menos nocivo y lacrimoso. Pese a sus desmesuradas pretensiones de convertirse en paradigma moral, o quizá a causa de las mismas, terminó disgregándose, y sus efectivos se repartieron entre el PNV, EA y el PSE (que reclamó la propiedad de las siglas de la extinta formación). Con todo, el balance general no fue negativo: Euskadiko Ezkerra reconcilió con la democracia a un buen número de antiguos activistas y simpatizantes de ETA y consiguió la reinserción de una fracción de ETA político-militar gracias a los acuerdos entre Bandrés y el último gobierno de Suárez.
Juan María Bandrés se mantuvo al margen de las maniobras terminales de Euskadiko Ezkerra. No se quedó con los nacionalistas ni con los socialistas. Un grave derrame cerebral, en 1997, lo apartó de toda actividad pública. Lo ví, por última vez, en la primera manifestación contra ETA convocada por la plataforma ¡Basta ya!, en enero de 2000. Bajo la lluvia torrencial y los insultos de los provocadores abertzales, postrado en una camilla, completó el recorrido de la marcha por las calles de San Sebastián. No fue un político brillante, pero sí honesto y valiente, y algún honor por ello se le debe.
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