"Ás catro da mañá, nunca se sabe se é demasiado tarde, ou demasiado cedo". Woody Allen







viernes, 31 de diciembre de 2010

O gardian da Memoria...

La lucidez del perdedor...




Por Enrique Rojas, catedrático de Psiquiatría
EL MUNDO, 31/12/10
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En el año 2011 que mañana se inicia tenemos 365 días por delante para intentar ir hacia arriba y dejar atrás el derrotismo que ha impregnado este 2010. Conviene recordar que, como escribió Rudyard Kipling, el éxito y el fracaso son dos grandes impostores. Lo que la gente llama éxito no es otra cosa que un cierto triunfo que tiene resonancia social, y muchas veces uno se pregunta qué precio ha habido que pagar por alcanzar esa circunstancia. Por otra parte, el fracaso significa que algo en lo que habíamos puesto mucho anhelo e interés no ha salido. He visto a gente triunfar demasiado joven y después, en un breve tiempo, aquella victoria se ha convertido en una auténtica derrota. Por contra, hay derrotas que, bien asumidas, se convierten con el paso de un cierto tiempo en genuinas victorias. La derrota es lo que te hace crecer como persona. La derrota enseña lo que el éxito oculta. Es la lucidez del perdedor, la nitidez de aprender que la vida es la gran maestra, que enseña más que muchos libros.

Reconduciéndonos al plano puramente personal, es lo mismo que ocurre en las enfermedades depresivas. La depresión produce un embotamiento de la afectividad, mientras que la tristeza (que no proviene de la enfermedad depresiva) es la lucidez de la melancolía. Al empezar el año, en la frontera de una etapa que se cierra y otra que se abre, podemos hacer balance existencial: haber y debe, arqueo de caja, recuento de cómo han ido las cosas. Cada segmento de nuestra travesía nos da una información precisa y a veces las cuentas no salen. El hombre es un animal descontento. Cualquier análisis de la realidad personal tiende a ser siempre deficitario, por exigencias del guión.

Esa exploración retrospectiva aborda fundamentalmente cinco notas de la sinfonía personal: personalidad, amor, trabajo, cultura y amistad. Y cada una de ellas va dejando un rastro concreto.

Tener una personalidad madura es un trabajo noble y decisivo y es el puente levadizo que lleva al castillo de la felicidad. Todos tenemos tres caras: lo que yo pienso que soy (autoconcepto), lo que los demás piensan de mí (imagen), y lo que realmente soy (la verdad sobre mí mismo).

Los otros cuatro ingredientes tienen cada uno vida propia y nos abren un panorama espectacular, con paisajes diversos y valles y quebradas que invitan a la reflexión. Pero lo que hemos de tener muy claro es que la vida no irá bien sin grandes dosis de olvido. Saber perdonarnos los fallos y errores del pasado significa tener buena salud mental.

La vida necesita talento y capacidad para superar los reveses y traumas que se han ido produciendo a lo largo de ella. En el mundo antiguo existía la expresión poliorcética, que era el arte de la fortificación en la guerra. La fortaleza es la virtud de los que soportan y resisten. Es fácil orientar la vida en las distancias cortas, pero sólo las personas singulares y de gran solidez son capaces de diseñar la vida para las distancias largas. Es necesario tener una visión larga de la jugada existencial. Las voluntades débiles emplean discursos y teorías, mientras que las fuertes lo traducen en actos coherentes y positivos.

Los traumas de la vida afectan a los grandes argumentos de ella. No hay que olvidar que en el amor casi todas las cumbres son borrascosas. Hay que descifrar el jeroglífico de cada biografía, lo que no se ve, lo que se esconde debajo de las apariencias.

Cada uno necesita resolverse como problema. El hombre maduro es aquel que ha sabido reconciliarse con su pasado. Ha podido superar, digerir e ir cerrando las heridas de atrás. Y a la vez, ensaya su mirada hacia el futuro prometedor e incierto. Esa es una de las tareas que hacemos los psiquiatras en la psicoterapia; hacer la cirugía estética de la historia personal, para que haga una lectura mas positiva de lo que ha sido su trayectoria.

La vida es como un bumerán: movimientos de ida y vuelta. Lo que siembras, recoges. La vida es un resultado, y a la larga sale lo que hemos ido haciendo con ella. Lo importante es que no pasen los años tirando de la existencia sino que sepamos llenarla de un contenido que merezca la pena y que se inserte dentro del programa personal que cada uno debe ir trazando. Lo importante no es vivir muchos años, lo esencial es vivirlos satisfactoriamente, con el alma. La vida es plena si está llena de amor y uno consigue poseerse a si mismo. Ser dueño de uno mismo es pilotar de forma adecuada la travesía que uno ha ido escogiendo, procurando ser fiel a uno mismo y a sus principios.

El psiquiatra es un perforador de superficies. Baja al cuarto de máquinas de la conducta. Intenta descubrir intenciones, planes, metas, el porqué de sus audacias y sus retrocesos. No hay que perder de vista que la vida de cada uno tiene como sedimento la llamada experiencia de la vida. Ese pasado vivido a nivel personal con intensidad de protagonista de primera persona. Son cosas que me han pasado a mí. Que han dejado huella en mi biografía y que la van troquelando paso a paso. Me veo forzado a seguir hacia delante cueste lo que cueste. Pero cuento con un repertorio de usos psicológicos que parpadean a la hora de poner en práctica lo mejor que se ha ido almacenando en la bodega de mi intimidad.

Los griegos decían que en la vida se podían describir tres etapas: una primera en la que uno es autor, otra que le sigue en la que uno es actor, y una última en la que uno es espectador. Cada una corresponde a un tiempo histórico: futuro, presente y pasado. Las secuencias al revés. Cuando uno es joven está lleno de posibilidades; todo puede ocurrir, pero cuando uno es mayor está lleno de realidades. Posibilidades y realidades constituyen un arco en el que se sitúa la realización personal.

En la psiquiatría hay varios trastornos que hipertrofian el pasado de forma enfermiza. Unos son los nostálgicos, que opinan que cualquier tiempo pasado fue mejor; otros, los depresivos, que dejan de vivir la vida como anticipación y programa y se instalan en la culpa retrospectiva de los hechos antiguos y mientras dura su fase depresiva, el cristal con que miran el pasado es siempre negativo; los neuróticos viven heridos por el pasado, no han podido superarlo, anclados en los peores recuerdos y vivencias, lo que impide mirar con esperanza hacia delante… fijación retrospectiva, pasillo del ayer en su peor versión. Una cuarta variedad de la patología del pasado lo constituye el síndrome de Peter Pan: negarse a crecer y a madurar.

Quiero volver a los argumentos del principio para enfatizar la idea central del artículo. La clave es vivir con ilusión y argumentos. Mirando hacia delante. Ser capaz de pasar las páginas azarosas, duras, frustrantes, aquellas que han frenado la marcha o nos han sacado de la pista por la que circulábamos y nos han metido en la circunstancia conflictiva, de retroceso evidente.

La prosperidad está siempre en el porvenir. Pero la base debe ser esta: sentirse uno a gusto consigo mismo, que es conditio sine qua non para que se relacione bien con los demás. Tener una cierta paz interior, hilvanada en su fuero interno de coherencia e invención. Una mezcla de inteligencia bien compensada con sentimientos positivos, que son capaces de disolver todo aquello del pasado que hiere y pone sobre la mesa lo peor de uno mismo. El pasado debe servirnos para dos cosas; como arsenal de conocimientos que se han ido depositando en nuestra biografía y que constituyen ese subsuelo privado de la memoria que se llama experiencia de la vida. Sabiduría silenciosa y elocuente, callada y a voces, que actúa sin nosotros saberlo.Y también nos sirve para aprender en cabeza propia.

Pasado, presente y futuro. Recuerdos, datos e ilusiones. Posibilidades y realidades. Amor por los cuatro costados. La vida verdadera es un encuentro con lo mejor de uno mismo. Encuadernar la biografía con indulgencia, sabiendo perdonarnos y cerrar sus heridas con suavidad y comprensión.

La felicidad es la ley natural del ser humano, es como la réplica de la ley de la gravedad; todos aspiramos a ella. Hoy, para bastante gente, la felicidad queda reducida a bienestar, nivel de vida y posición económica. Pero la felicidad a la que debemos aspirar ha de ser razonable, no utópica, en la que el amor, el trabajo y la cultura den de sí al máximo. La felicidad no es alergia al sufrimiento, sino el sufrimiento superado, al sobrenaturalizar los reveses, golpes y ese verse uno zarandeado por la marea negra de la frustración, las derrotas y el árbol genealógico de los Buendía. Física y metafísica.

El tiempo, ese testigo impertinente de nuestra vida, asiste y resiste a los embates de la condición humana

miércoles, 29 de diciembre de 2010

África, África...

Félix, o intrépido viaxeiro, envíame estas fotos da súa estadía na patria do Home... África, África... concretamente desde Gambia e Senegal. Boa viaxe caro Félix!!












lunes, 27 de diciembre de 2010

Reflexión: a derrota dunha idea de España...


La derrota de una idea de España
Por Antonio García Santesmases, catedrático de Filosofía Política de la Uned

EL MUNDO, 27/12/10

Mientras artur Mas configura ya su gabinete tras ser investido como nuevo presidente de la Generalitat, continúa llamando la atención que, entre las variopintas reacciones tras los comicios catalanes del pasado 28 de noviembre, sean tan pocos los que reconocen como propia la derrota de los socialistas en las urnas. Desde la misma noche electoral conocimos la retirada de José Montilla como secretario general del PSC, e incluso, al día siguiente, su propósito de no acceder a su escaño en el Parlament. Comenzaba una nueva etapa en la que, quizás por respetar la autonomía del PSC a la hora de reflexionar sobre las causas de la derrota o porque, con la que está cayendo, no hay tiempo para detenerse, han sido escasas las voces que han profundizado en un aspecto que me parece esencial: el 28 de noviembre perdió el PSC, es evidente; esa derrota entraña consecuencias para el PSOE, es obvio; pero hay que añadir que en las elecciones catalanas fue vencido algo más importante: el intento de superar la confrontación entre el nacionalismo español y el nacionalismo catalán. Y es esto último lo que realmente tiene trascendencia de cara al futuro.

Algunos considerarán discutible la tesis de que ha triunfado el nacionalismo español conservador, pero si repasamos los hechos no me parece que la cosa admita muchas dudas. Es evidente que el Partido Popular sale reforzado en el conjunto de España. El Parlamento aprueba con más del 80% de los votos un Estatuto para Catalunya. El proyecto es enviado al Congreso y es enmendado, rectificado, modulado, hasta el punto de que el presidente de la Comisión Constitucional afirma que los diputados han logrado cepillarlo debidamente. Ese Estatuto, convenientemente cepillado, es devuelto al Parlamento de Catalunya y sometido a referéndum. Y, a pesar del cepillado, sale aprobado mayoritariamente por el pueblo catalán.

Se han cumplido todos los procedimientos, se ha respetado la legalidad, pero a pesar de todo, los representantes del PP deciden que el cepillado no es suficiente y recurren el texto ante el Tribunal Constitucional. Durante toda la segunda legislatura del tripartito hemos vivido a la espera de la sentencia del Tribunal. Dictada ésta, la reacción de la sociedad catalana se expresa en la manifestación del pasado 10 de julio. El PP logra imponer parte de sus tesis en la sentencia del Constitucional. No todas, pero sí las suficientes para lograr que cale el sentimiento de agravio: una vez más España no es capaz de asumir la realidad nacional de Catalunya. Lo que había comenzado como un intento de lograr un encaje de la realidad catalana en la vida española acaba en una nueva frustración.

El PP, tras la sentencia, aparece para una parte de la opinión pública como garante de la constitucionalidad y Convergència i Unió como el partido destinado a hegemonizar la representación de la Catalunya dolorida, víctima de un nuevo agravio. ¿Es de extrañar que, en estas circunstancias, se produzca un voto útil de todo el espectro nacionalista hacia CiU? El traslado de votos desde ERC y desde el sector más catalanista del PSC responde a este designio. Unos han pensado que el desenlace le ha dado la razón a Jordi Pujol y que era preferible no haberse embarcado en estas aventuras; otros consideran que había que aglutinar el voto en un partido que represente sólo y exclusivamente los intereses de Catalunya.

A partir de esa situación de incomprensiones y de agravios, los dos nacionalismos se retroalimentan: el PP vuelve a insistir en que sólo ellos son capaces de defender la vigencia de la nación española, sólo ellos son capaces de reivindicar sin complejos la unidad de la patria, sólo ellos son capaces de reivindicar los 500 años de la historia de España. El nacionalismo catalán vuelve a sus tesis tradicionales, pero con un matiz importante: el soberanismo ha quedado reforzado. Su mensaje es inequívoco: podemos entendernos con la derecha española en la política económica a desarrollar, somos capaces de colaborar en la defensa de los derechos de la Iglesia católica, pero no queremos compartir sentimientos. Nosotros somos una nación que no tenemos, por ahora, un Estado propio, pero para nosotros España no es una nación, es un Estado; no es una realidad sentimental, es una realidad jurídica y administrativa; será en todo caso una nación para los que acepten la hegemonía castellana, pero nuestro camino es otro. El 2014 no está tan lejos y allí tendremos la oportunidad de recordar lo ocurrido en estos 300 años de frustraciones e incomprensiones.

Algunos pretenden resolver el problema planteando que en el fondo no ha ocurrido nada, que CiU es un partido muy pragmático, que sabe que no es el momento para aventuras independentistas y que de lo que se trata es de conllevarnos. Y vuelven a citar a Ortega. Creo que es muy saludable volver a leer su famoso discurso. Entre sus muchas reflexiones ante las Cortes republicanas hay una especialmente brillante, y es cuando dice: «Yo creo, pues, que debemos renunciar a la pretensión de curar radicalmente lo incurable. Recuerdo que un poeta romántico decía con sustancial paradoja: Cuando alguien es pura herida, curarle es matarle. Pues eso acontece con el problema catalán».

Los socialistas y la izquierda federalista en Catalunya han pretendido, en efecto, resolver el problema catalán; han buscado un camino que permitiera asumir una identidad múltiple, una identidad donde no fuera preciso elegir entre los dos nacionalismos, donde uno se pudiera sentir catalán y español; donde un cordobés nacido en Iznájar pudiera llegar a la presidencia de la Generalitat y donde se pudiera vibrar, a la vez, con Antonio Machado y con Joan Manuel Serrat. Era una perspectiva nueva que exigía trascender la doctrina del nacionalismo español, de los que siguen considerando que el Estado español está compuesto por una única nación y trascender también la perspectiva de los que piensan que a cada realidad nacional corresponde un Estado propio.

El problema, pues, no ha estribado, únicamente, en que no hubiera una cultura de coalición o en que Montilla tuviera más o menos carisma. Todo eso ha influido pero no ha sido decisivo. Lo decisivo ha sido que en una legislatura en la que se proclamaba la necesidad de hechos y no de palabras, ha pendido todo el tiempo como una espada de Damocles una sentencia que nunca llegaba y que, cuando se ha producido, ha desatado un caudal imparable de emociones porque -por citar de nuevo a Ortega- «es muy peligroso, muy delicado hurgar en esa secreta, profunda raíz, más allá de los conceptos y más allá de los derechos, de la cual viven esas plantas que son los pueblos. Tengamos cuidado al tocar en ella».

Al releer el texto, no he podido dejar de pensar que la sentencia aprobada por mayoría del Tribunal constitucional tocó una raíz que ha provocado la polarización emocional y el voto útil a favor del nacionalismo convergente. En ese clima de polarización emocional entre los dos nacionalismos, era muy difícil resituar la agenda política en torno al debate entre derecha e izquierda. Máxime cuando las elecciones se producen dos meses después de la huelga general de los sindicatos y cuando la víspera el presidente del Gobierno recibe a la cúpula empresarial que le demanda ser firme y acometer las reformas que exigen los mercados. Ni con todo el carisma de Obama hubiera podido Montilla convencer a los electores de que sus propuestas eran una garantía para salvar los derechos laborales, mantener las prestaciones sociales y hacer viable el Estado del bienestar. Cuando el mensaje que se transmite cotidianamente es que, gobierne la derecha o la izquierda, sólo cabe dar por concluido el modelo social europeo, reconozcamos que la comunicación política no lo puede todo, ni el carisma es capaz de saltar por encima de una realidad económica que se presenta como inexorable. Montilla se puede consolar pensando lo que le ha ocurrido al carismático Obama en las últimas elecciones legislativas estadounidenses.

Y ahora viene lo difícil para la izquierda federalista, para la que quería compartir identidades y proyectos, la que quería superar recelos y frustraciones. Difícil para ella a la hora de reconstruir su proyecto, y difícil también para lo que dentro de la izquierda española les hemos apoyado. Unos y otros hemos querido superar la conllevancia orteguiana. No nos parecía deseable mantener congelado el problema catalán; aunque Ortega dijera que no es cosa tan triste, eso de conllevar, ya que «Llevamos muchos siglos juntos los unos con los otros, dolidamente no lo discuto, pero eso, el conllevarnos dolidamente, es común destino, y quien no es pueril ni frívolo, lejos de fingir una inútil indocilidad ante el destino, lo que prefiere es aceptarlo».

¿Por qué hemos sido derrotados? Porque, indóciles a un destino inexorable, lo que pretendían los socialistas catalanes, y pretendíamos los que les apoyábamos, era volver a pensar España con la pretensión de superar la eterna desconfianza; por eso su derrota es la nuestra, es la derrota de una idea de España plural, y lo que más nos preocupa del triunfo de ambos nacionalismos es que, como decía con gran acierto Pasqual Maragall, con su concepción nacional-estatalista del mundo y con su actitud de ensimismamiento, están comprometiendo el futuro de España.

Barça Vs. Madrid...

Minutos musicais... Garbage...

viernes, 24 de diciembre de 2010

Tres disco tres...

O 2011 trae tres novidades das que farán máis doce o meu camiñar polo ano novo que como sempre rematará vello...


Foo Figthers. Sen dúbida este será un dos máis esperados do ano. Despois de 3 anos en silencio, teñen seica 15 cancións novas para o seu novo traballo. Con Dave Grohl, que estivo involucrado no proxecto de Them Crooked Vultures, e a batería Taylor Hawkins tocando coa súa banda parelela, a gravación do seu sétimo disco adiouse constantemente ao longo do ano que xa morre. Contan que será un disco cun son moito máis potente que os anteriores. De feito, contan co produtor Butch Vig, presente no "Nevermind" de Nirvana. E, aínda por riba, Krist Novoselic, baixista con Kurt Cobain, colabará nalgúns temas. Será como unha volta ás raíces do grunge, a fai vinte anos...
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The Strokes. Nos tempos que corren, cinco anos sen disco é moito/demasiado tempo. Cambian os estilos, hai novas fusións e xorden novos grupos. Os neoiorquinos, unha das referencias da década post 11 de Setembro, puxéronse o traxe de obreiros tras o verán e comezaron a gravar. Aínda non hai data definitiva para o lanzamento do traballo, do que sabemos que conterá 10 temas, pero nalgúns lugares fálase do mes de marzo. O cantante Julian Casasblancas adianta que os temas van sorprender. Estiveron gravando en Nova York baixo a producción de Joe Chicarelli, quen traballou para Counting Crows.
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The Jayhawks. En plena explosión do grunge, eles preferiron camiñar nas raíces da música americana. Son os meus benqueridos Jayhawks, reunidos de novo hai cousa de ano e medio para facer unha xira, e agora felizmente de volta no estudio, por primeira vez desde o lonxano 1995. E coa formación ao completo: Gary Louris, Mark Olson, Marc Perlman, Tim O'Reagan e Karen Grotberg. Conta Gary Louris en Rollong Stone que queren facer o mellor disco da historia de Jayhawks. A pesar do prestixio recoñecido, as súas vendas nunca foron gran cousa. A mellor banda descoñecida do mundo. A finais da primavera ou principios de verán de 2011, o álbum estará nas tendas e nós de parabén.

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The Strokes - Last Night
Cargado por danerto. -



domingo, 19 de diciembre de 2010

Rubia...


Unha das miñas bandas españolas favoritas e tristemente xa disolta

"Lo único que he traicionado es a mí mismo"...


Unha longa entrevista con quen é para min, un dos meus pensadores de referencia e sen o cal eu non sería quen de entender este mundo noso. Unha forte aperta Jorge Semprún.
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Os Blues Propicias...

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"Lo único que he traicionado es a mí mismo"
Entrevista de Juan Cruz - El País - 19/12/2010
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A estas alturas, con 87 años recién cumplidos y su biografía, 'Lealtad y traición', en la calle, Semprún ya poco tiene que callar. Entre sus confesiones, a menudo dolorosas, recuerda torturas, el campo de concentración, su duro enfrentamiento con Carrillo…

Es tan serio Jorge Semprún, tan circunspecto, que cuando lanza una carcajada te dan ganas de agradecérselo. Hace casi un año fuimos a hablar con él de Europa, un asunto que le resulta capital, en su apartamento de dos pisos cerca de la torre Eiffel. En un momento determinado se dispuso a salir para almorzar y fue a su cuarto a ponerse una chaqueta; cuando volvió, se inclinó sobre la silla más vieja de su sala de estar y de su mirada se desprendió una señal de insoportable dolor. "No puedo, no puedo". No hacía falta que lo dijera. Aquel hombre elegante y fuerte que burló a la policía de Franco cuando él era Federico Sánchez, comunista clandestino en Madrid, está ahora azotado por una osamenta que denuncia la edad, 87 años recién cumplidos, y que certifica el resultado de todas sus correrías, que comenzaron cuando era un chiquillo preso y torturado por los nazis en Francia. Luego vendría el campo de concentración en Buchenwald.

Ahora los huesos son parte de las pesadillas. Esta vez lo hemos visto de nuevo en ese apartamento, vestido con una elegante camiseta marrón, se acababa de cortar el pelo, ese cabello blanco que es distintivo también de su personalidad, como sus ojos serios, a veces secos, escrutadores. Esta vez lo hemos venido a ver con el fotógrafo Juan Millás porque acaba de salir un libro (Lealtad y traición. Jorge Semprún y su siglo, de Franziska Augstein, editorial Tusquets) que escudriña en zonas a veces abiertas y a veces oscuras de su biografía. Un hombre que ha escrito tanta memoria, y ahora alguien hurga en su memoria. ¿Qué no ha contado nunca Semprún? "Cosas privadas que jamás contaré".

Entre los objetos que nos rodean y que Millás busca perpetuar con su cámara está aquella silla en la que Semprún descansó de su dolor hace un año; ahora ya la mueca va con él; quisieron operarle, pero no fue posible, porque hubo otras complicaciones. El dolor está, pero Semprún es también privado en eso. ¿De qué vamos a hablar? Directo, al grano. Él fue preso, clandestino, dirigente comunista, e incluso ministro socialista de España: está acostumbrado a decidir, a no perder el tiempo. Hablemos de memoria, pues. Usted, le digo, ha escrito muchísima memoria, de la guerra mundial, de la Resistencia, ha hecho cine. Y es un hombre tan reservado. ¿Cómo se puede escribir memoria siendo tan reservado?

Es una contradicción aparente, me dice. "Si te fijas, mis memorias son un poco victorianas. No hay nada íntimo, prácticamente. Son tan poco íntimas que no hablo jamás de Colette [su esposa, recientemente fallecida], por ejemplo, y he pasado 55 años con ella de compañerismo y matrimonio. La mayor parte de mi vida. Y jamás he dicho nada de ella".

¿Cómo se puede? Siendo Semprún. "Nunca he hablado de cómo la conocí, de cómo hemos vivido, de los años de clandestinidad, de qué pensaba ella de mis idas y venidas, de mis salidas bruscas a Madrid, de los regresos tres o cuatro meses más tarde… No he hablado nunca de las vacaciones en la Unión Soviética con Santiago Carrillo y con ella…". Esas cosas forman parte "de los miserables secretos de la vida", como dijo alguien. "Esos secretos no cambian nada. Cambian si haces una biografía de verdad, pero mejor hacerlas cuando el biografiado haya muerto".

Esa reserva es una manera de ser que proviene de la infancia. "He sido muy tímido. Hasta una edad muy avanzada. ¡Y ahora cumplo 87 años, el mismo día que le dan el Nobel a Vargas Llosa! ¡No sabes cómo me alegro de ese premio!".

Ochenta y siete años y una biografía de más de 400 páginas sobre la mesa, y muchos libros suyos (memoria, persecución y clandestinidad) en las estanterías. A él, este libro le ha resultado extraño. Sabe que nada de lo que hay en él es falso; "sé que ella no ha añadido nada". Pero tiene la sensación de que "aunque todo es verdad, no siempre me identifico; siento que yo lo hubiera contado de otro modo".

Hay un episodio de la vida de Semprún, cuando fue torturado por la Gestapo, que se cuenta en esta biografía de manera muy detallada. Él nunca aludió a ello. Ahora le gustaría contarlo, "pero de otro modo". Arranca la confesión de la tortura que sufrió su compañero comunista Simón Sánchez Montero; la tortura era para que soltara dónde estaba Federico Sánchez. Sánchez Montero se mantuvo en silencio.

Él sufrió la tortura de la Gestapo, no la de la policía española, "quizá la de la Gestapo era un poco más… científica, digamos, con muchísimas comillas; la española eran meras palizas que durante días y semanas constituían una tortura insoportable. Ambas, para hacerte hablar. Si no hablabas, si no cantabas, eso producía en el que podía haber sido delatado y en ti mismo un sentimiento enorme de fraternidad. Y eso sentí con Simón Sánchez Montero".

La Gestapo lo sometió a la bañera, un método de tortura que aún anda en sus pesadillas y de lo que nunca ha escrito. "Es una experiencia terrible que durante años me impidió ir a piscinas donde fueran jóvenes amigos de las bromas, de las aguadillas… Esas bromas a mí me volvían literalmente loco. Una vez estaba yo en la piscina que Yves Montand y Simone Signoret tenían en Normandía; me lancé a la piscina, una de los jóvenes que había allí hizo esa broma y nadie entendió que yo respondiera con aquel furor. La única que lo entendió fue Simone Signoret. Ella estaba en una tumbona al lado de la piscina, vio la escena y solo horas después, ya en el salón, me dijo: 'Esa reacción tan brutal que has tenido en la piscina, ¿tiene algo que ver con la bañera de la Gestapo?'. Ella conocía muy bien las historias de la Resistencia, porque tenía muchos amigos que habían sido detenidos y torturados por la Gestapo. Y lo adivinó. Antes de la entrevista con Augstein, probablemente esa fue la única vez que hablé con cierto detalle de la experiencia de la bañera".

Tiene Semprún las manos muy pálidas; por esa blancura de la piel nadan unas pecas insistentes. Muchas veces se tapa parte de la cara con las manos, desplaza el flequillo; 87 años, perseguido visiblemente por el dolor de los huesos, y este que fue Federico Sánchez y Pajarito (así lo llamaba la hija de Ricardo Muñoz Suay), acaso el tipo más guapo de la clandestinidad comunista en Europa, conserva mucho del porte airoso de su juventud. Pero esa confesión sobre la tortura ha caído sobre su ceño canoso como un obús. "Y tendré que escribir de ello; era muy difícil hablar de ello serenamente… Ahora ya no me conmueve tanto. Ya no. Ahora puedo escribirlo con total serenidad. Igual ha sucedido con las primeras experiencias en el campo de concentración. Puede que al contarlo me revuelva un poco, pero es algo pasado y asumido, asimilado, puesto en orden".

"Yo tuve la suerte de que los primeros golpes de detención fueran puramente palizas", continúa, "pero sin el propósito sistemático de interrogar; nadie me preguntaba nada. Me habían cogido, habían descubierto un arma que llevaba conmigo, y la policía militar, antes de que fuera a la Gestapo, me hizo todo tipo de barbaridades. Pero nadie me preguntaba nada".

"Me mentalicé: tenía que resistir, no debía hablar". Decidió contarles un cuento a los policías: "Un cuento que no pusiera en peligro a ninguno de los compañeros del grupo de la Resistencia. Una novelita rosa que esos días era posible leer en la propia prensa de los colaboracionistas: yo era el pobre estudiante que no tenía dinero, que oye una conversación y que es encargado de llevar unas maletas cuyo contenido desconoce. Cree que está metido en el mercado negro y un día descubre que en realidad está metido en el transporte de armas, que no puede dejar porque lo amenazan de muerte".

No lo contó de buenas a primeras; no le hubieran creído, demasiado preparado. "Pero si lo contaba en el momento que parezco derrumbarme, entonces me creerían. Así que aguanté días de interrogatorio, palizas, jornadas enteras en la bañera, un día me metían vestido, otros en calzoncillos. No sé por qué aquel día me metieron vestido… Y ese día, sofocado, mientras me gritaban, me insultaban y me metían una y otra vez en aquella tortura, me dije: Es el momento".

Le creyeron. Le habían dicho sus compañeros de la Resistencia cómo iba a ser la tortura. ¿Sabe lo que es la tortura alemana?, le preguntaron. Hay una primera fase de golpes, luego te cuelgan por las esposas y luego te hacen lo de la bañera; "yo sabía que lo de la bañera iba a ser lo peor". Él tiene "un miedo congénito" a la sofocación, "a no poder respirar tranquilamente". Ahora, "con este dolor absurdo de la espalda, los únicos momentos de angustia que me provoca este sufrimiento se producen cuando no puedo respirar. Me despierto con unas angustias por la noche porque no puedo respirar bien. Ese horror a perder la capacidad de respirar es infame".

Hay un episodio escalofriante en la vida del campo de concentración que se pone de manifiesto en la biografía que ahora nos ha llevado a hablar con Semprún: cuando en Buchenwald se producían listas de prisioneros que debían ser trasladados, y Semprún estaba al cargo de las listas. "Yo quitaba de las listas. Y quisiera precisar, dar mi versión. Es una discusión eterna que a la gente le cuesta comprender… Había una posibilidad de quitar prisioneros de las listas de los que habrían de ser desplazados. La posibilidad venía a través de una relación clandestina con la Resistencia. Aquel era un campo comunista; había sido construido en 1937 para reeducar a los alemanes adversarios políticos del régimen, y allí estaban concentrados los presos políticos alemanes, primero para construirlo y luego para administrarlo".

Sobre 1940 y 1941 empezaron a llegar presos extranjeros; primero checos, y después occidentales europeos, "sobre todo franceses de la Resistencia, comunistas de otras nacionalidades…". Cada partido comunista, recuerda Semprún, "aplicaba su política nacional en esa organización clandestina. Era una política de frente abierto, de frente popular, mientras que los comunistas alemanes seguían con la política sectaria de los años treinta. Clase contra clase. Para ellos no había aliados. No había más que los que eran comunistas y los que no lo eran".

Y la cosa iba así, relata el autor de La escritura o la vida: "El jefe SS le dice al jefe comunista del comando de internos: 'Mañana o pasado, a las seis de la mañana, quiero 3.000 deportados formando filas en la plaza del campo para ir a tal sitio'. Eso no tenía vuelta de hoja. Tal día, 3.000 deportados. ¡Parece como si hubiera alguna posibilidad de elegir! ¡Ninguna! Tiene que haber 3.000 deportados. ¿En qué interviene la Resistencia? En intentar quitar de esas listas a alguna gente".

Él cumple esa misión; lo declara con énfasis, no quiere equívocos, su rostro se hace más tenso, y ahora no es el dolor, es la historia. ¿Qué criterio seguía, Semprún, para decir este sí, este no? "El que tenía la Resistencia. Tendía a ser gente importante de la Resistencia de cualquier país. Podían saltar de las listas jefes gaullistas, oficiales enviados por Londres para la lucha clandestina, comunistas, socialistas…".

–¿Aplicaban ellos los criterios o le decían a usted cómo había que aplicarlos?

–En ese caso concreto, yo no era más que un comunicador. Comunicaba a los españoles las decisiones. Nunca tuve ningún problema porque los españoles no eran enviados nunca en transporte. Eran pocos, 250 o 300 detenidos por la Gestapo en la Resistencia francesa. Y había una especie de consenso entre los deportados: a los españoles no se les tocaba, quizá por el prestigio que habían alcanzado en la Guerra Civil… Y era fácil protegerlos: eran pocos. Era mucho más difícil proteger a franceses y alemanes, que eran miles y miles.

Es decir, Semprún no tenía problemas con los españoles, "pero podía ser utilizado para que los compañeros franceses me dijeran qué personas había que sacar de la lista… También hacía alguna cosa a título personal, sin contar con la organización comunista alemana: yo trabajaba en el fichero y me correspondían los presos desde el 40.000 hasta el 60.000, occidentales, franceses, que habían llegado, como yo, entre el 43 y el 44; yo era el número 44.904. A veces actuaba de guerrillero, salvaba a ciertas gentes sin contar con la organización".

La SS lo podía descubrir si investigaba. "Pero eran muy perezosos. Lo que hacía era inscribir a lápiz el número de la ficha, para luego poderlo borrar y que esa ficha fuera válida para otro que llegara. Hay números que han pertenecido a varias personas. El muerto desaparecía y se le daba su número a otro recién llegado… Tenía dos fórmulas, ambas con iniciales, DIKAL o DAKAL: "No puede ir a otro campo" o "No puede ir a ningún comando exterior". Cada vez que yo ponía por mi cuenta esas iniciales, que evitaban la deportación, me jugaba la vida porque ante cualquier duda la SS podía pedir la orden. Y, claro, la orden no existía, la había inventado yo".

A Semprún le perturba que ahora vuelva a decirse que él elegía a unos o a otros. "No, no. Elegías a los que salvabas. Luego la puta casualidad o la puta mala suerte hacen que en esa lista vaya gente, pero tú no los has elegido. Positivamente, elegías a los que salvabas. No mandabas en los que iban… Es difícil entender la complejidad del asunto, lo comprendo… Pero mira lo que decía el filósofo católico Jacques Maritain… Decía, en su libro Los hombres y el Estado, que hay momentos en la vida en los que no se puede aplicar la moral habitual, en los que hay que inventar una moral de excepción. Y da el ejemplo de los campos de concentración, y en concreto del campo de Buchenwald".

Eugen Kogon, democristiano que estudió también esa moral en Buchenwald, también señalaba, cuenta Semprún, "cómo cosas que en la vida normal son malas o criticables pueden convertirse en justas y válidas en la vida de los campos. Da el ejemplo de acabar con los confidentes, cosas así, que son brutales. Y es un pensador católico quien lo dice. A veces se dice que tuvimos la posibilidad de elegir a los que iban en las listas. No. Podíamos limitar algo el efecto de la orden sobre los que tenían que ser deportados. Y se acabó. No había más poder".

Se siente extraño Semprún siendo objeto de una biografía. "Es mi vida. Pero no soy yo. No sé cómo decirte".

–¿Qué falta para que sea usted el que aparece en esta biografía de Augstein?

–Quizá que, por vanidad, por orgullo o por engreimiento, considere que mi vida solo la puedo contar yo. Escribirla yo. Eso está escrito, no es una entrevista periodística o radiofónica, y no es mi voz. Y esa vida solo la puedo contar yo. Ya te digo que quizá sea puro engreimiento, pura vanidad.

Hay una palabra tremenda en el título, Traición (Lealtad y traición). Semprún no sabe muy bien si esa expresión tan terrible tiene que ver con lo que sucedió entre el Partido Comunista Francés (PCF) y Marguerite Duras, expulsada de la organización. Según se deduce, durante años se mantuvo que fue un informe de Semprún el que la condujo a esa tiniebla. Él no lo cree, por tanto no siente que la palabra traición vaya con él en este caso. "Hubo una expulsión de Duras y su entorno; se quejaron, escribieron cartas pidiendo que se anulara la expulsión. Como yo era muy amigo de ellos, me encontré metido en este asunto sin saberlo".

Ellos, Duras y Semprún, reconstruyeron la relación, pero ahí está la sombra. Robert Antelme, compañero de Duras, aseguró que Semprún estuvo presente en la reunión en la que se decidió la expulsión. "Pero que yo no dije una palabra… ¡Eso es imposible en las prácticas comunistas! Si yo estoy en una reunión en la que va a haber estas expulsiones y soy, como ellos dicen, uno de los acusadores, me obligan a hablar. Es la vieja táctica leninista. Sin embargo, Antelme dice: 'Estaba, pero no habló, lo vi allí silencioso'. ¡Tan silencioso que no estaba!".

El episodio le llevó finalmente a abandonar el PCF y a concentrarse en el Partido Comunista de España. "Lo que yo reprocho", dice ahora Jorge Semprún, que de vez en cuando suelta tacos bien españoles, "y diría que es una cabronada, es que se haya utilizado ese asunto solo unilateralmente. Lo que yo pretendo es que se vea que el documento de Antelme, en el que se me acusa, es un documento típicamente estaliniano en el que él se cubre de inocencia, como en otros documentos estalinianos a otros se les cubría de culpabilidad…".

Se convirtió, dice, "en el chivo expiatorio". "Quizá fui imprudente; cuando comenzó todo, tenía que haber cortado por lo sano. En todo caso, eso aceleró mi disgusto, mi náusea, y mi disposición a ir a España clandestinamente".

–¿Siente usted ahora que traición es una palabra para definir lo que hizo?

–No tengo ni idea. Ese título no lo entiendo y no lo comprendo. Es posible que exista la idea de que es inevitable hablar de traición cuando abandonas el comunismo.

–¿Y qué siente usted?

–Nada. Me muero de risa cuando me lo dicen. Precisamente por eso, con una cierta distancia y sin entrar en cuestiones personales, quiero hablar de mi vida política. Diré que durante 20 años, más o menos, he intentado ser comunista. Pero no comunista de salón, comunista tanto teórica como prácticamente.

Eso quería decir, para Semprún, empuñar las armas en la Resistencia, clandestinidad… "Un compromiso real".

Y he aquí lo que pasó después: "Creo que gran parte de mi vida ha consistido en destruir todo eso. No en traicionarlo, sino en destruirlo en el sentido de dejar de ser buen comunista para ser buen demócrata. De ahí mi interés por Europa, porque es una de las cosas que me han ayudado a distanciarme del comunismo y del leninismo y a comprender las virtudes de la razón democrática… Cuando has sido comunista de verdad durante 20 años, en cargos de responsabilidad, no es para presumir de haber estado en los salones con Louis Aragon. No, es otra cosa. Y abandonar eso para ser un demócrata radical, un anticapitalista radical, pero no comunista… ¿Traición? Cuando veo en el libro ese título, me digo: La lealtad ha desempeñado un papel, ¿pero la traición? Lo único que he traicionado es a mí mismo".

–¿Por qué?

–Cuando me critico como comunista, traiciono mis ideales de juventud. No lo considero traición, lo considero una consecuencia de lo que yo pensaba de verdad, lo que de verdad quería. Nunca he querido el estalinismo; es algo que ha venido añadido, un valor, o un desvalor, añadido. Y lo he sido, he sido estalinista. Pero la palabra traición no la entiendo.

Y luego se va del partido español, tras la clandestinidad tan llamativa de Federico Sánchez. Hay un detonante, en 1959, y ocurre en un lavabo moscovita. Carrillo entra hablando muy mal de la Pasionaria, y a Semprún le parece que su jefe político ha entrado en la paranoia estaliniana. Él lo cuenta ahora jugando a veces con su pelo, a veces con su reloj minúsculo que parece muy viejo.

"Hay una serie de momentos que van cristalizando, en los que se mezclan cuestiones españolas y del movimiento comunista internacional. 1959. Después del fracaso rotundo de la huelga nacional pacífica de primeros de junio, una delegación acompaña a Carrillo a explicarle a Dolores Ibárruri, secretaria general entonces del PCE, que ese fracaso ha sido un éxito… Carrillo va muy preocupado porque Dolores se ha opuesto a la consigna de huelga general. Esa consigna la da Carrillo contra la voluntad de ella. Él iba con la idea de mostrarle que, a pesar del fracaso, la huelga ha sido un éxito porque había movilizado a enormes cantidades de gente".

La reunión comenzó con la declaración de dimisión de Dolores como secretaria general. El cargo debería ser para Carrillo, que está más cerca de España. "Carrillo", recuerda Semprún, "está nerviosísimo. Las rodillas no le paraban. Hasta que llega el momento inevitable del café y del baño. Y allí la puta casualidad hace que me encuentre con Líster y con él. Estábamos los tres solos y yo les digo: 'Ha estado bien la vieja porque facilita todos los problemas'. Y en eso Carrillo se vuelve hacia mí en el baño, y con la mirada de odio más espeluznante que te puedas imaginar me dice: '¿Pero tú qué entiendes de estas cosas? ¿Tú qué sabes? ¿Qué maniobras estará preparando? ¿Acaso con los soviéticos?'. Y ese fue el momento en que surgió en el carácter de Carrillo algo que ya definiría mi relación con él…".

Sin duda, era Carrillo quien más destacaba en aquella organización. "Era mucho más inteligente, mucho más entregado, mucho menos desmoralizado por el exilio… Pero aquel hombre cambió para mí en aquel cuarto de baño moscovita. El hombre de las intrigas, el paranoico… La paranoia es una enfermedad típica del estalinismo. Siempre estás viendo conspiraciones contra ti. Hay miles de anécdotas sobre la paranoia de Stalin. No voy a comparar a Carrillo con Stalin, pero a partir de entonces empecé a prestar atención a cosas que había oído de él, de los viejos militantes en Madrid. Y poco a poco, la figura de Carrillo empezó a transformarse".

El momento decisivo llegó en 1960, en una reunión del PCE a la que asistió Suslov, "el rey de la teoría, el dios permanente que había empezado con Stalin". Carrillo hace una exposición "brillante sobre la política de reconciliación nacional", y Suslov le replica: acusa a Carrillo de revisionista, y le recuerda "que un partido comunista-leninista no podía abandonar la idea y la estrategia de la lucha armada. ¡Que había que pensar en la posibilidad de mantener la guerrilla urbana! Estaba desautorizando a Carrillo, claro". Y Carrillo empezó a enviar esos mensajes a España, "donde eran recibidos entre carcajadas. Ridruejo me dijo que Enrique Múgica le trajo uno de esos mensajes: volveremos a las andadas, podría haber submarinos soviéticos trayendo armas a España. ¡Ridruejo se moría de risa!".

En ese momento es cuando "intelectualmente" rompe Semprún, aunque no lo expulsaran hasta cinco años más tarde. "Me digo que con esa gente no se puede ir a ningún sitio… La retórica del partido se dirige a una España irreal que ya no existe, la España de la miseria, la España de la que se reía Berlanga".

Semprún fue expulsado. ¿Se produce un vacío? "He tenido mucha suerte en eso. No puedo compararlo con lo que sufrió Fernando Claudín, que tuvo un tránsito mucho más difícil, mucho más trágico. Yo hago mi último viaje clandestino a España en diciembre de 1962, para presentar a los camaradas al hombre que me va a sustituir, José Sandoval. Dura unos meses, rápidamente lo captura la policía. Y viene luego Julián Grimau, y ya se sabe lo que ocurrió con él. Yo volví a Francia, aburrido del exilio, con la perspectiva, además, de mayor aburrimiento. Soy expulsado del partido, pero al tiempo que me voy aparece en Francia, editado por Les Temps Modernes, de Sartre, El largo viaje; así que salgo del partido y empiezo mi carrera de escritor. Lo que quise ser desde los ocho años. No hubo vacío. Siguió la vida".

Le pregunto si ha cambiado su consideración hacia Carrillo. No hay titubeo. "Ha cambiado en el sentido de que es todavía peor que antes. Todavía peor que cuando él era dirigente y nos enfrentamos. Carrillo tiene un problema con la historia. Es un dirigente inteligente; hoy es un padre de la patria, pero tiene un bloqueo de la memoria total. Hay una época, desde 1944 hasta 1948, de la que él no quiere hablar. Es la época en la que él, con otros, con Uribe y con Pasionaria, reconquista el poder en el PCE. Reconquistan el poder en el partido a base de la eliminación física o política de todos los que han dirigido el partido. Esos son los tres años de los cuales no se puede hablar con Carrillo".

Y hay un episodio que Semprún relata según le ha contado Carrillo: cuando en una reunión de este con Stalin, el dirigente soviético le sugiere que los comunistas creen en España lo que luego serían las Comisiones Obreras. "¿Dónde están las masas en España?, le pregunta Stalin. 'En los sindicatos verticales obligatorios'. 'Pues trabajen ahí…'. Stalin inventó la táctica de Comisiones Obreras… Y eso Carrillo no lo quiere recordar porque fue una iniciativa de Stalin que él no quiere reconocer por razones complejas, incluso por buenas razones, pero que le quitan a él protagonismo. La táctica no la inventó él, la inventó Stalin".

Ahora la preocupación española de Semprún es "el porvenir tétrico" que parece vivir su país. "La izquierda europea en general vive un momento tétrico; aquí se suma que la incompetencia del PP es extraordinaria. Cómo no va a ser Alberto Ruiz-Gallardón quien lo dirija en los próximos meses, él es un hombre mucho más civilizado que el resto".

–¿Qué opina de Zapatero?

–Lo conozco poco. Lo ha hecho bien mientras que se hacía bien por sí solo. Cuando ha habido que liderar, moderar… Lo que me llama la atención es que ha llevado a cabo un tipo de dirección poco dinámica y, digamos, poco colectiva. Hay síntomas interesantes en las últimas semanas. No digo que no será capaz de remontar la corriente.

–¿Qué le parecieron las declaraciones de Felipe González a Juan José Millás?

–Discutiría la oportunidad de hacerlas ahora o en unos años, pero creo que el fondo de lo que dice es históricamente cierto.

–¿Hizo bien?

–No sé si podría elegir con tanta claridad lo uno o lo otro, pero si podía elegir con tanta claridad como él dice, hizo bien en no hacer lo malo.

–¿Se arrepiente de algo?

–¿Me arrepiento o reniego de haber sido militante del comunismo estaliniano? No. Creo que en aquel momento había una justificación para ello. ¿Me arrepiento de no haber salido del PC en 1956, el año de los movimientos antiestalinistas populares antisoviéticos en Polonia y Hungría? No. Porque soy español; si hubiera sido francés, habría sido el momento de romper. Pero en España, cualesquiera que fueran los crímenes de Stalin, luchar con el Partido Comunista contra Franco valía la pena.

En el libro que ha servido de pretexto para estas confesiones de Semprún se recuerda lo que se decía en Buchenwald: el bien es robar el pan y repartirlo bien. ¿Sigue siendo eso el bien, Semprún? "No. Esa fórmula no la repetiría hoy. Robar no. Pero el bien, desde luego, es repartir mejor. Y se puede repartir mejor. Eso es lo absurdo de la situación, que es posible.
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http://www.elpais.com/articulo/portada/unico/he/traicionado/mismo/elpepusoceps/20101219elpepspor_12/Tes

jueves, 9 de diciembre de 2010

lunes, 6 de diciembre de 2010

A sorrisa da controladora...




La sonrisa de la controladora
Fernando Ónega

La Voz de Galicia - 7/12/2010

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Este diario, La Voz de Galicia, publicó una fotografía muy elocuente en su portada del domingo: varios controladores aéreos salían con los brazos cruzados de su reunión en un hotel, entre el abucheo de sus víctimas. En primer plano, una mujer controladora sonreía ante la cámara. Quizá fuera el reflejo de la histórica frase de Isabel Pantoja a su entonces querido Julián Muñoz: «Los dientes, Julián, los dientes, que es lo que jode». Hay toda una técnica no escrita de enfrentarse a las cámaras, que consiste en sonreír. Sonríen mucho, por ejemplo, algunos políticos acusados de corrupción, cuando lo lógico sería que estuviesen indignados. Siempre me he preguntado por qué se reía tanto Francisco Camps, si estaban poniendo en duda su dignidad.

Sonreía la señora controladora, mientras los pasajeros que veía frente a ella tenían que pagar una noche en aquel mismo hotel, que ni querían ni habían buscado. Sonreían quizá muchos de sus compañeros que al fin habían conseguido lo que se habían propuesto en sus sueños de poderío, que era paralizar una parte del país. Sonreían al comprobar que tenían al Gobierno en un puño, obligado a tomar medidas sin precedentes, quién sabe si bordeando los límites de la ley.

Y ahora pueden sonreír ante nuestra clase política, que sigue dando el espectáculo. El aeropuerto de Santiago sufría cortes de tráfico, pero como Santiago queda en el culo del mundo y no tenemos un Guardiola que denuncie que «vivimos en un país llamado Galicia y pintamos poco», lo que seduce a los políticos es alegar que el decreto de horarios se aprobó en mal día. Los gallegos sufridores, como estamos acostumbrados, podíamos pasar el puente sin aviones. E incluso la Navidad. O que se vayan a Oporto, que ya saben el camino. Al fin y al cabo, ese día Rajoy estaba en Lanzarote.

Y sonreirán, seguro, con las demás declaraciones: esa oposición que se empeña en demostrar que el Gobierno es el responsable, no sea que gane en imagen de eficacia después de los votos perdidos. Ese Gobierno que está dispuesto a convencernos de que el culpable es Aznar, por el convenio aprobado durante su mandato. Ese José Antonio Alonso, que sugiere que hubo connivencia entre los rebeldes y el Partido Popular. O ese González Pons, que asegura que el decreto de horarios de José Blanco fue aprobado para disimular la retirada de los 426 euros a los parados? ¿Dónde y cuándo se ha visto tanta frivolidad y partidismo? Es para reírse, controladora. Es para carcajearse. Yo lo haría, porque, en este festival de palabras, no he escuchado una triste iniciativa sobre qué se hace al día siguiente del término de la vigencia del estado de alarma. Claro: los políticos no están para proponer; están para provocar.