"Ás catro da mañá, nunca se sabe se é demasiado tarde, ou demasiado cedo". Woody Allen







lunes, 7 de agosto de 2017

Austrian Hospice de Jerusalem


Un dos aspectos máis fascinantes de Xerusalén é a existencia, no seu interior, de distintos "mundos" ou "illas". Camiñando polas súas rúas, tanto da Cidade Vella coma da nova, o visitante pode atoparse con distintos letreiros de centros de estudo ou casas para peregrinos que foron creados polas distintas nacións europeas, dacabalo entre os dous últimos séculos, para a acollida dos seus peregrinos en Terra Santa. Algúns son moi característicos, coma o fermoso Hospicio austriaco de Xerusalén.

Na cidade vella, na esquina da rúa que conduce da segunda á terceira Estación da Vía Dolorosa, atópase a entrada a un gran palacio. Fundado en 1857, o Hospicio austriaco da Sagrada Familia foi oficialmente aberto en 1863. Ate 1918 o Hospicio serviu como residencia para o cónsul de Austria en Xerusalén, que exercía de protector dos católicos. En 1939 o Hospicio foi confiscado polos ingleses por ser unha "propiedade alemá". A mesma casa foi utilizada como prision de luxo para os sacerdotes austriacos, alemáns, italianos e membros de distintas congregacións relixiosas. En 1987 o edificio foi completamente restaurado e, un ano despois, reaberto ao público.

A súa marabillosa cafetería é de estilo marcadamente vienés, é coma entrar nunha auténtica Wiener Kaffeehaus. Nas paredes hai cadros de emperadores e príncipes de outrora. Xunto á máquina do café, na parede hai un fermoso crucifixo do século XVII. Vese que aquí aínda non cederon á febre das lámpadas brancas de baixo consumo. A luz é moi cálida. A atmósfera coa música suave é clásica. O chan, as mesiñas e as cadeiras almofadilladas con bordados vermellos. 

Hai tamén un frondoso xardín que é a parte exterior do café e como remate de luxo unha impresiobante terraza con espectaculares vistas de Xerusalén. Unha viaxe na terra e no tempo en plena capital de Israel.



















martes, 1 de agosto de 2017

Nalgas reaccionarias


Por Ánxel Vence

Allá en la famosamente liberal isla de Ibiza acaban de censurar a los autores de un cartel en el que posaban cuatro señoras con las nalgas al aire. Bastó que la autoridad competente reprochase el carácter “degradante” y “grosero” del afiche para que los dueños del restaurante que se anunciaba lo retirasen de circulación. No es que la libertad de expresión vaya de culo, pero casi. 

Casos como este se han dado desde siempre en España, aunque las razones van variando según las épocas. En tiempos del general Franco, por ejemplo, la censura se ejercía directamente con el loable propósito de velar por la pureza de las costumbres. Cuatro décadas después de aquel régimen vagamente islámico, las nalgas, pechos y carnes en general sufren una parecida vigilancia en nombre de la dignidad de la mujer y de la corrección política. El resultado, no obstante, empieza a ser el mismo. 

Años atrás, una fundación benéfica de Vigo acabó por retirar las invitaciones a cierta gala porque el tarjetón incluía la foto de una joven semidesnuda y, lo que acaso fuera peor, rubia. Al igual que en el lance de Ibiza, las autoridades en materia de Igualdad exigieron –y obtuvieron- la retirada de esa imagen que, a su juicio, mancillaba el decoro de las mujeres al convertirlas en mero reclamo sexual. No era para menos, dado que la mentada señora iba vestida únicamente “con una sábana a modo de túnica que le cubre la mitad del torso”, según el dictamen de los inquisidores. 

Esta estricta vigilancia no deja de evocar las normas que aplicaba el ministro de Información y Turismo Gabriel Arias Salgado. Imbuido de celo casi apostólico, aquel santo varón –que hoy tal vez sería reputado de feminista- no dudó en prohibir la publicación de fotos de trajes de baño “con señora dentro”. Una extraña fórmula de la que se deduce que la señora debería estar fuera del bañador o, mejor aún, no estar. 

Tamaño pudor debió de parecerle exagerado al propio Franco, que sustituyó al pío Arias Salgado por el mucho más liberal Fraga Iribarne. El nuevo ministro levantó la prohibición para llenar las playas españolas de bikinis con suecas dentro. Por entonces no había internet ni memes, pero aun así el ingenio popular ideó un lema al respecto: “Con Arias Salgado, todo tapado; con Fraga, hasta la braga”. 

La obsesión por las bragas y los culos llevó también al gobierno islamista de Turquía a censurar las braguitas de Heidi en un libro de texto escolar. La idea del presidente Erdogan, nuestro socio en la fugaz Alianza de Civilizaciones, era apartar a los niños de los malos pensamientos que llevan al pecado. Y ahí sigue el hombre, poniendo velos y telas a las señoras para proteger su dignidad. 

Aquí no hemos llegado aún al extremo de incomodarnos con la ropa interior de los personajes de dibujos animados, ni a crear una Policía para la Preservación de la Virtud como la que se encarga de azotar los tobillos de las descocadas en Arabia Saudita. Pero todo podría ocurrir, naturalmente. 

Basta con que sigamos manteniendo la conflictiva relación con el sexo y el desnudo que históricamente ha caracterizado a este país, aunque ahora lo hagamos en nombre de elevados principios progresistas. De momento, ya hemos descubierto que los culos son reaccionarios; y las túnicas que dejan ver “la mitad del torso”, intolerables. De los bañadores con señora dentro no dicen nada aún las autoridades competentes.