"Ás catro da mañá, nunca se sabe se é demasiado tarde, ou demasiado cedo". Woody Allen







lunes, 27 de junio de 2011

El dolor de las despedidas...

Por Xavier Guix

El País - 26/06/2011

.
Nada más nacer empezamos a morir. Es una manera de contemplar el inequívoco hecho de nuestra dualidad existencial. Vida y muerte como expresión de la radicalidad de nuestro vivir. El eros y el thánatos, la alegría y la tristeza, el caos y el orden, la conservación o el cambio. Por medio, toda una vida. Nunca llegamos a ser porque siempre estamos en movimiento, devenimos imparablemente. Sin embargo, nos agarramos a las cosas y a las personas en un intento de eternizar su existencia y vencer, ilusoriamente, el miedo a la muerte. Es una manera apegada de cerrar los ojos al hecho de que la vida es impermanente, y que, en su tránsito, vamos a perder unos cuantos equipajes.
El camino de la renuncia y la aceptación, forzado por las pérdidas, suele estar adobado de duelos, de dolorosos desgarros del alma cuando se trata de seres queridos, que se llevan también algo de nosotros. Con los que se van, nos vamos en parte. No será suficiente con reconstruirnos, como se suele decir, porque lo que se fue era un vínculo tejido entre dos al menos. La vida nos plantea un reto: asumir las tareas del duelo, como titula su libro la psicoterapeuta Alba Payás. La más importante, sin duda, convertir la destrucción en transformación personal. Ese es el sentido profundo de la experiencia de morir.
De pérdidas y ganancias
Nada nace ni nada perece. La vida es una agregación; la muerte, una separación (Anaxágoras)
Todo lo que amamos, desde las personas hasta aquella estilográfica heredada, junto a toda clase de identificaciones, se convierte en extensiones de nosotros mismos. Aunque pertenecen a la vida, lo sentimos como propio y acaba por constituirnos. Se trata solo de un espejismo. No hay nada que nos pertenezca, más allá de la responsabilidad de ser sus depositarios durante un tiempo. Todo pasa a través nuestro, pero sin posesión. Sin embargo, creemos lo contrario. Al ponerle corazón sellamos afectivamente todo con lo que nos relacionamos. Lo confundimos como nuestro y luego lo sufrimos dolorosamente al perderlo.
La vida puede contarse por sus pérdidas y ganancias, aunque lo extraordinario es la interconexión que existe entre ambas. Limitarse a su contabilidad es como regalar la voluntad al azar. Entender que en la pérdida empieza la ganancia y que en la ganancia empieza la pérdida exige un cambio de visión sobre nuestra responsabilidad existencial.
Las tareas del duelo
La muerte siempre es temprana y no perdona a ninguno (Calderón de la Barca)
Todo está interrelacionado y todo ocurre a la vez, solo que los sentidos ensalzan un extremo y desenfocan al otro. Es por eso por lo que ante las pérdidas escuchamos mensajes del tipo "esta puede ser una nueva posibilidad". Es una música que tal vez suene fuera de lugar y sin sentido. Mas, en el fondo, es tan real como lo es el sentimiento de impotencia y desesperanza que asoma en ese instante.
Quien esté sufriendo ahora mismo uno de esos azotes de la vida podría perfectamente decir que lo dicho hasta ahora es mera literatura, conceptos abstractos e idealizados, puesto que nadie podrá entender la vivencia de un duelo aterrador: "lo que quiero es que me devuelvan a mi hijo". Nuestras vidas parten de supuestos o convicciones sobre el funcionamiento del mundo a partir del cual ordenamos nuestro mapa mental: que el mundo es benevolente, ordenado y predecible, que la vida tiene un sentido y fin determinados y que somos capaces y valiosos. Pero cuando nos asola el misterio, el infortunio, la muerte antes de hora, súbitamente ese mundo se derrumba y se pierde el sentido. Se calcula que entre un 8% y un 10% de personas en duelo acaban presentando complicaciones.
Mal adaptados a una cultura de la muerte, a menudo nos mostramos incapaces de identificar y responder al doliente, tanto en el momento de la muerte como en el tiempo posterior, lo que provoca una nueva pérdida.
Nos falla la empatía, o la exageramos ante las expresiones de dolor, demandas y necesidades emocionales de la persona en el duelo. Con la buena intención de quitar sufrimiento o de buscar palabras y razonamientos oportunos, se producen expresiones de invalidación, desautorización, minimizaciones, rechazos, descalificaciones, impaciencia o desinterés.
Complicamos aún más las tareas del duelo, que pasa por diferentes fases, siendo las más difíciles el aturdimiento y choque inicial, así como la evitación y negación posterior. Poco a poco, el duelo dará paso a un proceso de conexión e integración hasta llegar a la etapa de crecimiento y transformación.
Afrontar el duelo
La muerte es una vida vivida. La vida es una muerte que viene (Jorge Luis Borges)
Tendemos hacia dos tipos de mecanismos de afrontamiento: los orientados hacia la pérdida y los orientados hacia la restauración. Unas personas elaboran la muerte focalizando la atención en la experiencia misma: expresan emociones, añoran, recuerdan y rumian acerca de la persona fallecida. Facilita la elaboración de la pérdida y contribuye a resituar la persona fallecida en la vida de uno mismo. Otras, en cambio, crean estrategias para manejar las situaciones de estrés que tienen lugar como consecuencia directa del duelo, como asumir un cambio de identidad, aprender nuevos roles o reestructurar creencias nucleares acerca de uno mismo en el mundo después de la pérdida. La clave para un buen proceso de duelo es la oscilación que tiene lugar entre estos dos tipos de afrontamiento.
Hay otras maneras de reaccionar ante el dolor de la pérdida: el predominio de respuestas somático-sensoriales (agitación, temblor, sudoración) o respuestas emocionales (enfado, tristeza, sentirse culpable o buscar un culpable) o respuestas cognitivas (racionalizar, rumiar obsesivamente, subliminar la experiencia) o predominio de reacciones conductuales (mantenerse ocupado, ir deprisa, actividades de alto riesgo). Ante tales respuestas, incluso a veces los terapeutas caemos en la trampa de pretender eliminar esos síntomas, sin darnos cuenta de que el afrontamiento efectivo no es necesariamente aquel que mitiga la sintomatología, sino aquel que se revela eficaz en la promoción de la vivencia del duelo como proceso de desarrollo.
Cuentan las mentes sabias que nos pasamos el último tramo de nuestra vida haciendo un honroso ejercicio de desapego de todo. Entre los varapalos sufridos, la perspectiva de un tiempo limitado y un conocimiento más profundo del ser humano, todo invita a ir quedándose en paz, con uno mismo, con los demás y con la existencia tal como ha sido. Por eso, algunas tradiciones espirituales contemplan el deseo de haber llegado a morir antes de que llegue la muerte. Probablemente sea una de las pocas maneras en que las pérdidas puedan elaborarse con serenidad. La misma que necesitamos ante el propio hecho de contemplar la muerte como un proceso propio de la vida. No puede existir lo uno sin lo otro.
PARA LLEGAR A SABER MÁS
1. Libro
- 'Las tareas del duelo', de Alba Payás Puigarnau. Ediciones Paidós.
Se trata de uno de los trabajos divulgativos más extensos y elaborados sobre el tema del duelo, a partir del modelo terapéutico integrativo-relacional. Payás se formó en la Fundación E. Kubler-Ross, con quien compartió horas de estudio.
2. Música
- 'La misa de réquiem en re menor, K. 626', de Mozart.
NECESIDADES RELACIONALES BÁSICAS DE LAS PERSONAS EN DUELO:
1. Ser escuchadas y creídas en toda su historia de pérdida.
2. Ser protegidas y tener permiso para expresar emociones.
3. Ser validadas en la forma de afrontar el duelo.
4. Estar en una relación de apoyo desde la reciprocidad.
5. Definirse en la forma individual y única de vivir el duelo.
6. Sentir que su experiencia de duelo tiene un impacto en el otro.
7. Estar en una relación donde el otro tome la iniciativa.
8. Poder expresar amor y vulnerabilidad.

sábado, 25 de junio de 2011

Un bico na punta da orella...

Non sei que dicir Belén. Sóbrame emoción e fáltanme palabras.
Só o que xa sabes, quérote, querémoste.
Eu e o fotógrafo desta vella instantánea non te esqueceremos.
Non nos esquezas ti a nós.
Un bico na punta da orella

miércoles, 8 de junio de 2011

Deica sempre Jorge Semprún...


Por Jorge Semprún
El País - 05.04.2010
.
Aí, nun antigo campo de concentración nazi convertido en prisión estalinista, é onde debemos celebrar a Europa democrática. Contra todas as amnesias.

Nun magnífico artigo, Catherine Herszberg evocou hai pouco (Libération, 13 de febreiro) unha visita a Auschwitz, con ocasión do 65º aniversario do descubrimento do campo por parte do Exército Vermello. Acompañou alí a unha vella familiar, antiga deportada. E o seu relato -cheo de ironía corrosiva, unha mirada precisa e unha emoción contida- confirma con brillantez unha idea que comparto desde hai anos: a escrita e os escritores son os únicos capaces de manter vivo o recordo da morte. Se non, se os escritores non se apoderan desa memoria dos campos de concentración, se non a fan revivir e sobrevivir mediante a súa imaxinación creadora, apagarase coas últimas testemuñas, deixará de ser un recordo en carne e óso da experiencia da morte.

O texto de Catherine Herszberg titulábase precisamente, de forma premonitoria, Os funerais da memoria. Con todo, a pesar da pertinencia entristecida dese relato, a pesar da súa análise lúcida e desengañado das trampas, as dificultades e os erros inevitables das conmemoracións oficiais, o 11 de abril estarei en Buchenwald, na chaira na que se pasaba lista aos prisioneiros, para tomar a palabra durante a cerimonia conmemorativa da liberación do campo por parte dos soldados estadounidenses do Terceiro Exército do xeneral Patton. Aceptei a invitación que me fixeron a ministra-presidenta do Goberno de Turingia, Christine Lieberknecht, e o director do Monumento de Buchenwald-Doura, o meu amigo o profesor Volkhard Knigge.

Por que o fixen, por que motivos?

Por unha razón principal, da que derivan todas as demais, que son complementarias: porque é a última vez. Quero dicir, desde logo, a última vez para min. Dentro de cinco anos (as conmemoracións oficiais, probablemente para subliñar a súa solemnidade, celébranse cun ritmo quinquenal), no 70º aniversario do descubrimento e a liberación dos campos, eu xa non estarei. Por última vez, pois, o 11 de abril, nin resignado a morrer nin angustiado pola morte, senón furioso, extraordinariamente irritado pola idea de que pronto xa non estarei aquí, no medio da beleza do mundo ou, pola contra, na súa grisácea insipidez -que neste caso concreto son a mesma cousa-, por última vez, direi o que creo que teño que dicir.

Comprenderase que non queira perderme semellante ocasión!

En primeiro lugar, a chaira de Buchenwald, baixo o vento glacial do Ettersberg -un vento dunha eternidade mortífera, que sopra sen cesar, mesmo na primavera-, é un lugar idóneo para falar de Europa. Porque Buchenwald foi un campo nazi até abril de 1945. Os últimos deportados, partisanos iugoslavos, saíron del en xuño dese ano. Agora ben, o campo volveu abrirse en setembro co nome de Speziallager n°2, campo especial número 2 da policía soviética na zona de ocupación rusa. Foi en 1950, tras a creación da República Democrática Alemá (RDA), cando o campo pechouse e transformouse en lugar para o recordo. Pero houbo que esperar a 1989, á caída do Muro de Berlín e do imperio soviético e a reunificación democrática de Alemaña, para que Buchenwald puidese asumir as súas dúas memorias, o seu dobre pasado de campo de concentración sucesivamente nazi e estalinista.

É, por tanto, un lugar ideal, único, para reflexionar sobre Europa, para meditar sobre a súa orixe e os seus valores. Para lembrar aos mozos visitantes -miles cada ano-, aos estudantes do mundo enteiro que fan alí cursos de historia, que as raíces de Europa poden atoparse nese lugar, nas pegadas materiais do nazismo e do estalinismo, contra as cales, precisamente, iniciouse a aventura da construción europea. Unhas pegadas visibles a primeira ollada: no alto do outeiro, a cheminea achaparrada do crematorio, apagada para sempre, lembra ás decenas de miles de mortos do campo nazi, a quen atoparon a súa tumba nas nubes, como escribiu Paul Celan. Ao pé do Ettersberg, en cambio, nos límites do antigo campo de corentena, un novo bosque plantado polas autoridades da RDA oculta as fosas comúns nas que están sepultos, en desorde, anónimos, os milleiros de cadáveres do campo estalinista.

É un lugar ideal, a chaira de Buchenwald, para lembrar a orixe de Europa, pero tamén para pensar no seu futuro, neste momento de crise, involución, falta de alento e empuxe. Un momento no que vén á memoria a frase de Edmund Husserl, pronunciada en Viena en 1935, en pleno apoxeo dos totalitarismos: "O maior perigo para Europa é o cansazo".

Hoxe, para empregar as palabras do gran escritor europeo Claudio Magris, o fundamental xa non é loitar contra os totalitarismos, senón combater os particularismos, converter esta problemática suma de 27 países libres nunha estrutura multiforme e orgánica cunha mesma razón democrática. Por outra banda, parece que este ano participarán nas cerimonias de conmemoración veteranos estadounidenses do Terceiro Exército de Patton. Unha ocasión perfecta para lembrar o papel decisivo que desempeñaron na liberación do campo os soldados afroamericanos dos batallóns de choque, os novos soldados hispanos do sur de Estados Unidos, cunha fala castelá fluída e melodiosa, os fillos dos granxeiros da Norteamérica profunda que descubriron, naquela guerra xusta e terrible, os valores universais da súa democracia. O 11 de abril de 1945, mentres as vangardas acoirazadas de Patton, despois de vencer e dispersar á guarnición de Buchenwald e os homes da división SS Totenkopf, atacaban con éxito Weimar -rodeando o campo propiamente dito, ao que os estadounidenses non volveron até 24 horas máis tarde-, un jeep do exército presentouse na inmensa entrada do recinto.

Un jeep solitario no estrépito da batalla. Dous homes de uniforme. Un deles era civil, quizá xornalista. O outro era un oficial, primeiro tenente. Pero o importante non é iso. O importante son os seus nomes. O civil chamábase Egon W.Fleck, o oficial, Edward A.Tenenbaum. Dicide estes nomes en voz alta e contede vosas risas, contede vosas bágoas. Dous xudeus norteamericanos foron os primeiros en franquear a entrada ao campo de Buchenwald, acollidos como vencedores polos homes en armas da resistencia antifascista.

Nos arquivos estadounidenses pode verse o informe preliminar sobre Buchenwald que redactaron Fleck e Tenenbaum o 24 de abril de 1945 para os seus superiores militares. Aínda senten a súa sorpresa, o seu trastorno e a súa emoción, tanto tempo despois. Pero esta incrible ironía da Historia, esta burla ontolóxica que significa a presenza de Fleck e Tenenbaum (xudeus americanos, pero de orixe alemá bastante recente; a proba está no seu informe preliminar, redactado en inglés pero no que empregan a palabra alemá panzerfaust para referirse ao bazoca, a arma individual anticarros) na porta de Buchenwald, esta marabillosa casualidade, remítenos a unha verdade indiscutible.

Cando todas as testemuñas -deportados e resistentes- desaparezan, pronto, de aquí a uns anos, permanecerá aínda unha memoria viva, persoal, da experiencia dos campos de concentración, unha memoria que nos sobrevivirá, que é a memoria xudía. O último que lembrará, moito despois da nosa morte, será un deses nenos xudeus que vimos chegar a Buchenwald en febreiro de 1945, evacuados de Auschwitz-Birkenau, despois de sobrevivir milagrosamente ao frío, a fame, a viaxe interminable en vagóns de mercadorías, con frecuencia á intemperie, para dar testemuño en nome de todos os desaparecidos, os náufragos e os escapados, os xudeus e os goyim (os non xudeus), as mulleres e os homes.

Longa vida ao tornasol xudeu que reflicte toda a nosa morte!