Gústanme as críticas de cine escritas con saber e con paixón. E ademais se a valoración do crítico coincide coa miña... perfecto. Onte fun ver El escritor, a última de Roman Polanski e como coincido co Doctor Diablo, copio e pego o seu post...
EL ESCRITOR
Dirección: Roman Polanski
Guión: Roman Polanski y Robert Harris, basándose en la novela de este último 'El Poder en la Sombra'
Reparto: Ewan McGregor, Pierce Brosnan, Kim Catrall, Jon Bernthal, James Belushi, Olivia Williams, Tim Preece, Timothy Hutton, Tom Wilkinson, Anna Botting, Eli Wallach
Fotografía: Pawel Edelman
Montaje: Hervé de Luze
Música: Alexandre Desplat
Arte: Albrecht Konrad
Productores: Roman Polanski, Robert Benmussa, Alain Sarde
Productora: RP Films, France 2 Cinéma, Elfte Babelsberg Film, Runteam III
Distribución: Aurum Producciones
Antes de empezar; no perdáis el tiempo leyendo mi diabólica y personal impresión y largaos echando leches a ver este peliculón.
¿Ya habéis vuelto? Bien pues ahora sí. Entremos en materia. No tengo más remedio que avisaros que ésta no es una película que vaya a funcionar con el gran público. Demasiado cáustica, demasiado sutil, demasiado especial, demasiado “polanskiana” para que suscite el nivel de adhesión general de Million Dollar Baby o Ciudad de Dios, por usar los dos ejemplos más dispares de excelencia cinematográfica reciente que me vienen a la memoria.
Ahora bien: ¿es tan buena como ésas? Rotundamente sí. Por lo valiente de su propuesta, por ir a contracorriente, por pasarse por el forro las tendencias y las costumbres del espectador actual, por hablarle siempre de frente y por considerarle como un individuo inteligente y único al que no hace falta ofrecer carnaza, ni explicarle las cosas en monólogos insoportables con tal de ahorrarle actividad cerebral. Y sobre todo por su clase, su elegancia y su inteligencia. En definitiva, cine que separa a los hombres de los niños.
La nueva película de Roman Polanski nos pone en la piel de un escritor fantasma, lo que aquí conocemos como “negro”, un tipo situado en el escalafón más bajo de la cadena alimentaria del mundo cultural. Un personaje sin pasado ni futuro que en el film no tiene ni tan solo un nombre por el que responder y cuyo último trabajo ha sido reescribir, también en calidad de “negro”, la autobiografía de un mago llamada “Vine, serré y conquisté”.
Sólo con esa negación de identidad propia y esa referencia jocosa sumadas a unos escrutadores primeros planos durante la escena en que se decide si nuestro hombre consigue el lucrativo trabajo de escribir las memorias del recién retirado primer ministro británico Adam Lang, Polanski consigue una perfecta descripción de personaje con una economía de tiempo que debería estudiarse a partir de hoy en cualquier taller de guión.
Después de recibir la aprobación de un aparentemente corriente cónclave de abogados y representantes (¡¡¡que grande y fatalista se revela esa escena en un segundo visionado!!!), McGregor volará a la residencia privada de Lang en E.E.U.U donde su antecesor en el trabajo se ahogó en misteriosas circunstancias. Nada más revelaré del plot de la película. En primer lugar porque no tengo costumbre de hacerlo como ya sabéis, pero sobretodo porque no tiene la más mínima importancia. Es decir que, como bien sabía el gran Alfred, del cual Polanski es el más aventajado alumno por mucho que le pese a Brian De Palma, una película puede tener un magnífico guión usando un argumento más delgado que un papel de fumar. ¿¿¿Alguien dijo diálogos, uso del espacio como elemento narrativo, cuidado por el detalle??? Yuhuuu, Hoollywood, ¿¿¿hay alguien??? Pero ya volveremos luego sobre esto.
El Escritor no puede entenderse ni saborearse igual sin un mínimo conocimiento de la filmografía previa de Polanski. Pocos autores tienen un universo tan perfectamente definido y auto-referencial, tanto en temática como en estilo, a excepción de Hitchcock, Allen, Bergman, y Fellini. Quizás se me escapa alguno, pero creo que esa lista es suficiente para que entendáis de qué estoy hablando. La premisa básica de su cine, recurriendo a la famosa frase de Hobbes, es “el hombre es un lobo para el hombre”. Desde la fundacional El Cuchillo en el Agua, pasando por las magistrales Repulsión, Chinatown o La Semilla del Diablo, y terminando en El Pianista, dónde se hace dolorosamente explícita y obvia, ésta es la máxima de la que emana un complejo, retorcido y disfuncional universo.
La película entronca argumentalmente con pasados trabajos del autor funcionando como un cruce entre El Quimérico Inquilino, donde el propio Polanski protagoniza la historia de un hombre que alquila una apartamento donde previamente se ha cometido un suicidio y no tarda en convencerse de que la comunidad de vecinos conspira contra él, con el fin de que también termine con su vida, y la fallida La Novena Puerta donde un iluso Johnny Depp se ve envuelto en una investigación en torno a un libro (otro) que bien podría ser la autobiografía del diablo.
McGregor, y antes que él casi todos los protagonistas/víctimas de Polanski, pensad especialmente en Nicholson y en Mia Farrow, se enfrentan a enemigos fenomenales, terriblemente más poderosos que ellos, con una implícita (el John Houston de Chinatown, los nazis de El Pianista) o explícita (La Novena Puerta, La Semilla del Diablo) connotación satánica, para casi triunfar cuando todo está en su contra y finalmente caer víctimas de sus propias debilidades, especialmente, aunque no siempre, la vanidad. Fijaos en el plano de McGregor en la última escena copa de champagne en mano y particularmente en la expresión de su rostro.
Polanski desarrolla el suspense de una forma exquisita durante 130 minutos que se hacen cortísimos, evitando cualquier concesión al susto, al golpe de efecto sonoro o visual, apuntalando el desarrollo de la peripecia en la creación de una atmósfera malsana, inquietante, con una alternancia majestuosa entre el primer plano obsesivo dentro del set principal y unos encuadres amplísimos en exteriores que nos transmiten la insignificancia de McGregor deambulando por paisajes que pese a estar completamente vacíos evocan una intensa sensación de peligro. Todo ello bajo la lente de la gélida fotografía de Pawel Edelman. Mediante un abrumador dominio del tempo narrativo nos hace caer por la madriguera del conejo en un juego de espejos donde nada es lo que parece ¿o sí?, explota en un antológico clímax de más de media hora precedido por una revelación brillante de puro absurda/paródica vía Google y finiquita la película en un epílogo filmado prácticamente off-camera, que no sé si era necesario y que no pertenece a la novela en que se basa pero que es lo más elegante estilísticamente hablando que he visto en años. Y no exagero. Años.
El guión escrito por el propio director a cuatro manos con el autor de la novela, Thomas Harris, está trufado de frases ingeniosas, en la más pura tradición bitchy, siendo su mayor acierto convertir al difunto “negro” en catalizador de la trama, comunicándose con su sucesor de una forma que se antoja casi extrasensorial y otorgando un ingenioso juego de palabras al título original –The Ghost Writer- . Los encuadres, las réplicas, la música y los silencios funcionan como un todo perfectamente ensamblado y te dan la sensación de estar recibiendo un masaje (cerebral) que revitaliza neuronas adormecidas. Otro punto fuerte de la película es la tremenda dirección de actores. Arrollador y carismático Brosnan en su composición de un actor que cree ser un político, un gigante con pies de barro. Sutil y empático McGregor que llena de humanidad el personaje con sus miradas y sus torpes movimientos, increíble poniéndonos ya no de su parte sino en su misma piel. Gigantescos Eli Wallach y Tom Wilkinson que con una sola escena demuestran ser actores de raza, puros titanes. Aunque la reina de la función es Olivia Williams, indefensa, poderosa , shakesperiana, amarga, seductora, en una de esas interpretaciones “Oscar worthy” que jamás se llevarán un Oscar y posiblemente ni una triste nominación. Ni pega gritos, ni es ciega, ni le gustan los batidos…
Este es el thriller más hitchcockiano que se ha rodado desde la muerte del maestro. Desde el peso específico del escenario principal, que es el reverso aséptico y prácticamente desnudo de la barroca Manderlay de Rebeca, a la secuencia en el ferry deudora de Con la Muerte en los Talones, después de la que McGregor mutará de antihéroe a víctima “made in Polanski”, pasando por los trucajes ópticos voluntariamente evidentes , todo ello rematado por un travelling lateral donde un papel pasa de mano en mano que encajaría perfectamente en 39 Escalones y que casi me hace explotar de placer, los paralelismos visuales son prácticamente infinitos.
Sumadle a eso la clara vocación a lo Bernard Herrmann de la partitura de Alexandre Desplat, con sus notas agudas y graves en maravillosa alternancia, sus sincopados, sus ajustadísimos subrayados de estados emocionales, su anticipación del peligro y rematadlo con los guiños como la rubia aparentemente peligrosa y mordaz y los detalles, cómicos y inquietantes a la vez, de la pareja de sirvientes chinos para obtener un resultado que más que un homenaje es una prolongación de la obra del maestro sin perder por ello las señas de identidad propias de su director, que siempre ha tenido, más que un punto de contacto, una amplia intersección con el universo del rechoncho genio potenciando su latente lado enfermizo.
Es El Escritor cine con mayúsculas, que parece traído en una máquina del tiempo; de la época en que el ruido y la furia no eran necesarios para vender entradas. Dónde se suponía que si pagabas tu entrada ibas a quedarte la hora y media de rigor con el oído atento dejándote seducir por maestros, y a veces por genios, que cuidaban sus criaturas con un esmero y una aplicación que la mayor parte de los directores actuales, incluso bastantes de los buenos desconocen. No diré que cualquier tiempo pasado era mejor, pero sí que era cojonudo.
Y directo de ese tiempo, de ese cine, de esos maestros viene El Escritor. Y en glorioso 2D. Fuck, yeah¡¡¡¡
Doctor Diablo.
¿Ya habéis vuelto? Bien pues ahora sí. Entremos en materia. No tengo más remedio que avisaros que ésta no es una película que vaya a funcionar con el gran público. Demasiado cáustica, demasiado sutil, demasiado especial, demasiado “polanskiana” para que suscite el nivel de adhesión general de Million Dollar Baby o Ciudad de Dios, por usar los dos ejemplos más dispares de excelencia cinematográfica reciente que me vienen a la memoria.
Ahora bien: ¿es tan buena como ésas? Rotundamente sí. Por lo valiente de su propuesta, por ir a contracorriente, por pasarse por el forro las tendencias y las costumbres del espectador actual, por hablarle siempre de frente y por considerarle como un individuo inteligente y único al que no hace falta ofrecer carnaza, ni explicarle las cosas en monólogos insoportables con tal de ahorrarle actividad cerebral. Y sobre todo por su clase, su elegancia y su inteligencia. En definitiva, cine que separa a los hombres de los niños.
La nueva película de Roman Polanski nos pone en la piel de un escritor fantasma, lo que aquí conocemos como “negro”, un tipo situado en el escalafón más bajo de la cadena alimentaria del mundo cultural. Un personaje sin pasado ni futuro que en el film no tiene ni tan solo un nombre por el que responder y cuyo último trabajo ha sido reescribir, también en calidad de “negro”, la autobiografía de un mago llamada “Vine, serré y conquisté”.
Sólo con esa negación de identidad propia y esa referencia jocosa sumadas a unos escrutadores primeros planos durante la escena en que se decide si nuestro hombre consigue el lucrativo trabajo de escribir las memorias del recién retirado primer ministro británico Adam Lang, Polanski consigue una perfecta descripción de personaje con una economía de tiempo que debería estudiarse a partir de hoy en cualquier taller de guión.
Después de recibir la aprobación de un aparentemente corriente cónclave de abogados y representantes (¡¡¡que grande y fatalista se revela esa escena en un segundo visionado!!!), McGregor volará a la residencia privada de Lang en E.E.U.U donde su antecesor en el trabajo se ahogó en misteriosas circunstancias. Nada más revelaré del plot de la película. En primer lugar porque no tengo costumbre de hacerlo como ya sabéis, pero sobretodo porque no tiene la más mínima importancia. Es decir que, como bien sabía el gran Alfred, del cual Polanski es el más aventajado alumno por mucho que le pese a Brian De Palma, una película puede tener un magnífico guión usando un argumento más delgado que un papel de fumar. ¿¿¿Alguien dijo diálogos, uso del espacio como elemento narrativo, cuidado por el detalle??? Yuhuuu, Hoollywood, ¿¿¿hay alguien??? Pero ya volveremos luego sobre esto.
El Escritor no puede entenderse ni saborearse igual sin un mínimo conocimiento de la filmografía previa de Polanski. Pocos autores tienen un universo tan perfectamente definido y auto-referencial, tanto en temática como en estilo, a excepción de Hitchcock, Allen, Bergman, y Fellini. Quizás se me escapa alguno, pero creo que esa lista es suficiente para que entendáis de qué estoy hablando. La premisa básica de su cine, recurriendo a la famosa frase de Hobbes, es “el hombre es un lobo para el hombre”. Desde la fundacional El Cuchillo en el Agua, pasando por las magistrales Repulsión, Chinatown o La Semilla del Diablo, y terminando en El Pianista, dónde se hace dolorosamente explícita y obvia, ésta es la máxima de la que emana un complejo, retorcido y disfuncional universo.
La película entronca argumentalmente con pasados trabajos del autor funcionando como un cruce entre El Quimérico Inquilino, donde el propio Polanski protagoniza la historia de un hombre que alquila una apartamento donde previamente se ha cometido un suicidio y no tarda en convencerse de que la comunidad de vecinos conspira contra él, con el fin de que también termine con su vida, y la fallida La Novena Puerta donde un iluso Johnny Depp se ve envuelto en una investigación en torno a un libro (otro) que bien podría ser la autobiografía del diablo.
McGregor, y antes que él casi todos los protagonistas/víctimas de Polanski, pensad especialmente en Nicholson y en Mia Farrow, se enfrentan a enemigos fenomenales, terriblemente más poderosos que ellos, con una implícita (el John Houston de Chinatown, los nazis de El Pianista) o explícita (La Novena Puerta, La Semilla del Diablo) connotación satánica, para casi triunfar cuando todo está en su contra y finalmente caer víctimas de sus propias debilidades, especialmente, aunque no siempre, la vanidad. Fijaos en el plano de McGregor en la última escena copa de champagne en mano y particularmente en la expresión de su rostro.
Polanski desarrolla el suspense de una forma exquisita durante 130 minutos que se hacen cortísimos, evitando cualquier concesión al susto, al golpe de efecto sonoro o visual, apuntalando el desarrollo de la peripecia en la creación de una atmósfera malsana, inquietante, con una alternancia majestuosa entre el primer plano obsesivo dentro del set principal y unos encuadres amplísimos en exteriores que nos transmiten la insignificancia de McGregor deambulando por paisajes que pese a estar completamente vacíos evocan una intensa sensación de peligro. Todo ello bajo la lente de la gélida fotografía de Pawel Edelman. Mediante un abrumador dominio del tempo narrativo nos hace caer por la madriguera del conejo en un juego de espejos donde nada es lo que parece ¿o sí?, explota en un antológico clímax de más de media hora precedido por una revelación brillante de puro absurda/paródica vía Google y finiquita la película en un epílogo filmado prácticamente off-camera, que no sé si era necesario y que no pertenece a la novela en que se basa pero que es lo más elegante estilísticamente hablando que he visto en años. Y no exagero. Años.
El guión escrito por el propio director a cuatro manos con el autor de la novela, Thomas Harris, está trufado de frases ingeniosas, en la más pura tradición bitchy, siendo su mayor acierto convertir al difunto “negro” en catalizador de la trama, comunicándose con su sucesor de una forma que se antoja casi extrasensorial y otorgando un ingenioso juego de palabras al título original –The Ghost Writer- . Los encuadres, las réplicas, la música y los silencios funcionan como un todo perfectamente ensamblado y te dan la sensación de estar recibiendo un masaje (cerebral) que revitaliza neuronas adormecidas. Otro punto fuerte de la película es la tremenda dirección de actores. Arrollador y carismático Brosnan en su composición de un actor que cree ser un político, un gigante con pies de barro. Sutil y empático McGregor que llena de humanidad el personaje con sus miradas y sus torpes movimientos, increíble poniéndonos ya no de su parte sino en su misma piel. Gigantescos Eli Wallach y Tom Wilkinson que con una sola escena demuestran ser actores de raza, puros titanes. Aunque la reina de la función es Olivia Williams, indefensa, poderosa , shakesperiana, amarga, seductora, en una de esas interpretaciones “Oscar worthy” que jamás se llevarán un Oscar y posiblemente ni una triste nominación. Ni pega gritos, ni es ciega, ni le gustan los batidos…
Este es el thriller más hitchcockiano que se ha rodado desde la muerte del maestro. Desde el peso específico del escenario principal, que es el reverso aséptico y prácticamente desnudo de la barroca Manderlay de Rebeca, a la secuencia en el ferry deudora de Con la Muerte en los Talones, después de la que McGregor mutará de antihéroe a víctima “made in Polanski”, pasando por los trucajes ópticos voluntariamente evidentes , todo ello rematado por un travelling lateral donde un papel pasa de mano en mano que encajaría perfectamente en 39 Escalones y que casi me hace explotar de placer, los paralelismos visuales son prácticamente infinitos.
Sumadle a eso la clara vocación a lo Bernard Herrmann de la partitura de Alexandre Desplat, con sus notas agudas y graves en maravillosa alternancia, sus sincopados, sus ajustadísimos subrayados de estados emocionales, su anticipación del peligro y rematadlo con los guiños como la rubia aparentemente peligrosa y mordaz y los detalles, cómicos y inquietantes a la vez, de la pareja de sirvientes chinos para obtener un resultado que más que un homenaje es una prolongación de la obra del maestro sin perder por ello las señas de identidad propias de su director, que siempre ha tenido, más que un punto de contacto, una amplia intersección con el universo del rechoncho genio potenciando su latente lado enfermizo.
Es El Escritor cine con mayúsculas, que parece traído en una máquina del tiempo; de la época en que el ruido y la furia no eran necesarios para vender entradas. Dónde se suponía que si pagabas tu entrada ibas a quedarte la hora y media de rigor con el oído atento dejándote seducir por maestros, y a veces por genios, que cuidaban sus criaturas con un esmero y una aplicación que la mayor parte de los directores actuales, incluso bastantes de los buenos desconocen. No diré que cualquier tiempo pasado era mejor, pero sí que era cojonudo.
Y directo de ese tiempo, de ese cine, de esos maestros viene El Escritor. Y en glorioso 2D. Fuck, yeah¡¡¡¡
Doctor Diablo.
http://www.lashorasperdidas.com/index.php/2010/03/27/critica-el-escritor/
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