"Ás catro da mañá, nunca se sabe se é demasiado tarde, ou demasiado cedo". Woody Allen







lunes, 19 de agosto de 2019

"Israel 1948" de Josep Pla




Capítulo tirado do libro de Josep Pla "ISRAEL 1957". Froito dunha atenta estadía do autor catalán por aquelas terras de Medio Oriente durante o ano 1957.

"JUDÍOS Y ÁRABES" 

El objeto de este capítulo no es hablar de los árabes que viven en Israel, sino de los árabes que huyeron de Israel, ahora debe de hacer nueve años, en el momento de la guerra de la Independencia. De todos modos, y como ahora hablaremos de los árabes, haremos una referencia a los que permanecieron en Israel.

Dentro de las fronteras actuales de este país viven aproximadamente 137.000 árabes. Esa clase de personas, es decir, en tanto que árabes, son probablemente los únicos que, mirando las cosas desde el punto de vista humano y concretamente occidental, gozan de una forma de libertad apreciable y de un nivel de vida bastante elevado. Tienen sus derechos religiosos, políticos, lingüísticos y sociales reconocidos, sus diputados en el Parlamento, una presencia sindical activa, unos servicios sociales positivos. Esta población vive en diferentes estadios de la civilización. Los beduinos vagan por el desierto del Neguev, pero parecen tener un principio de tendencia a fijarse sobre la tierra. Siempre fueron nómadas. Ahora acaso los servicios médicos y sociales los llevarán al sedentarismo. Hoy viven en unas tiendas misérrimas, entre jirones que cuelgan, con las criaturas, las mujeres, los asnos y los camellos.


Después está la población rural establecida en las aldeas, algunos totalmente árabes, otros mixtos. Hay, en Israel, ciento cuatro aldeas árabes, algunas situadas a lo largo de la frontera de Jordania. Pero los árabes importantes viven en Galilea, en los alrededores de Belén. Finalmente, algunas grandes poblaciones tienen un número más o menos grande de árabes en el interior de sus muros. Éstos se dedican al comercio, son empleados y obreros. Me parece que el ideal del pueblo judío sería dar a los árabes todas las facilidades posibles para una adaptación.


Es posible encontrar, en los centros universitarios y profesionales, estudiantes árabes. Pero son gente algo extraña. Los árabes, la inmensa mayoría, creen que los únicos que han de tener un acceso natural a las escuelas superiores son los hijos de los ricos. Los judíos, en cambio, practican y creen que a estas escuelas han de llegar los que han demostrado una capacidad suficiente. ¿Cómo es posible comprenderlo y relacionarse?
Por otro lado, en momentos de dificultades, los árabes son de diálogo difícil. Lo único que realmente funciona entre ellos es la solidaridad musulmana, la unidad religiosa, que implica la confusión de lo temporal y lo eterno. En este sentido pueden ser enemigos, en potencia o de hecho, según las sugestiones que reciben de los compatriotas de los países vecinos. La solidaridad musulmana los fascina, los hace fanáticos. Por eso han de ser vigilados con discreción extrema. Frenéticos cuando están excitados, cuando no lo están no son hostiles ni entusiastas. Tienen cierta curiosidad dentro de la indiferencia. Conservan intacta su personalidad. Su mayor o menor peligro depende del grado de fuerza que disponen, sobre todo si se les ha concedido la igualdad completa, como ha hecho Israel. A igualdad de trabajo, los árabes ganan lo mismo que los judíos. Todo esto obliga a tener más prudencia. Un diplomático israelí me decía:
–El país occidental que en este momento demuestra saber tratar mejor a los árabes es Alemania. Los árabes han hecho en Bonn esfuerzos inauditos para que Alemania Federal suspendiera el pago de las reparaciones a Israel. El canciller Adenauer se los ha sacado siempre de encima, a veces de manera perfectamente displicente. Las consecuencias están a la vista: Alemania ha desplazado de los Estados árabes a todos sus concurrentes, sobre todo los americanos y los británicos. Cuando se encuentran ante una fuerza la admiran; la debilidad, la fustigan.


Circulando por las aldeas árabes de los alrededores de Nazaret se observa que su nivel de vida es muy superior al de los pueblos árabes de la frontera de Jordania. La proximidad de estos pueblos es a menudo tan inmediata que pueden observarse a simple vista. La situación es un problema, pero no es el problema.


La historia es conocida. Las Naciones Unidas aprobaron y decretaron la creación de Israel en 1948. Implicaba la creación de un país compuesto, basado en una especie de juego de damas árabe-judío. Los israelíes aceptaron la decisión. Los árabes no sólo la rechazaron, sino que su respuesta fue la invasión. Se produjo la guerra de la independencia y se sitió Jerusalén el mismo día en que acabó el mandato de Gran Bretaña. La guerra fue precedida y acompañada de una incitación frenética realizada por Siria, Líbano, Jordania, Irak, la Arabia pétrea y Egipto, dirigida por la Liga árabe y el gran mufti de Jerusalén, para que los árabes de Palestina abandonasen el país. Lo hicieron algunos centenares de miles. Se refugiaron en Cisjordania, en la parte jordana de Palestina y en la denominada franja o territorio de Gaza. Así nació la cuestión de los refugiados árabes. Se fueron y ahora no pueden volver como desearían, porque todas las promesas que les hicieron han sido incumplidas.


Según la información oficial, el número de personas desplazadas por la última gran guerra mundial en Europa fue de sesenta millones. Para la inmensa mayoría de estas personas, víctimas de un engranaje de una violencia sin precedentes, la sensibilidad mundial no dio señales de vida. En relación a los 600.000 refugiados árabes se produjo, por el contrario, una agitación indescriptible. La ONU intervino enseguida, creó la UNRWA (organismo de asistencia) y comenzó a destinar dinero. En un principio la cuestión fue sentimental, y había la esperanza de que se produjera una ambición de trabajo.


Con el dinero de por medio se convirtió en fatídica: una considerable cucaña. Instantáneamente se creó el problema, que con el tiempo se hace cada día más complicado. Hoy persiste, ¡y lo que durará! Es un problema grave, una de las claves de la situación porque, según declaraciones reiteradas de los políticos árabes expuestas en el curso de estos últimos nueve años -lo acaba de repetir Nasser en los diarios liberales de Londres- no habrá paz en el Oriente Próximo hasta que no se resuelva la situación de los refugiados árabes de Palestina.


Hace falta ver, entonces, en qué consiste la cuestión, de una manera objetiva. La primera condición de esta objetividad consiste -pienso- en prescindir de las toneladas de papel, aparentemente documental, que se han producido, tanto en la parte árabe como en la judía. Son papeles influenciados, en mayor o menor medida, por la pasión. Creo, en cambio, que los documentos que año tras año han enviado los jefes de la UNRWA a la asamblea de las Naciones Unidas tienen un sentido humanamente objetivo. Es con ellos que he elaborado este capítulo, tratando de incorporar no excesos de pasión, sino la realidad que los hombres podemos conseguir. La afirmación es ésta: a las Naciones Unidas los refugiados árabes de Palestina le han costado, en los últimos nueve años, la cantidad de 450 millones de dólares. Ni más ni menos.


Esta situación hace más de nueve años que dura y, por el aspecto que presenta, todavía puede durar unos cuantos años. Mientras tanto, se han producido gran cantidad de iniciativas para resolverla. El número de personas enviadas en misión a Palestina para llevarlas a la práctica ha sido incontable, pero no se ha podido llevar nada adelante. Todo continúa igual y es prácticamente seguro que esta permanencia está totalmente asegurada mientras haya por medio esta fortuna. No se ha hecho nada para aprovechar la mano de obra de estos refugiados, aunque muchas veces han sido utilizados para perpetrar actos de violencia, después de ser entrenados en la escuela egipcia de terrorismo de El Arish; tampoco se ha hecho nada para facilitar la repatriación, ni para readaptarlos y reinstalarlos en los países donde viven, o en otros. Una comisión de la ONU formada por británicos, franceses y turcos y presidida por un americano -Mr. Clapp- trabajó seriamente en un proyecto de reinstalación de refugiados.


Se hubiera podido disponer de dinero para llevarlo a la práctica. A pesar de los esfuerzos, fracasó por lo que en términos diplomáticos se denomina “falta de colaboración”, léase simplemente sabotaje. Y es que la única manera de perpetuar el problema de Palestina y de continuar hasta donde sea posible la guerra consiste en agitar la bandera de los refugiados. Es un problema que no sólo tiene un sentido israelí, sino también antioccidental y anti Naciones Unidas. Así, estamos condenados a leer las lamentaciones anuales de la UNRWA a la asamblea de Nueva York, durante muchos años.


EE UU soporta la mayor parte de la carga de los refugiados. No se puede pedir un socio más paciente ni más generoso. A pesar de la solidaridad musulmana, que se manifiesta en algunos aspectos, la colaboración económica de los Estados árabes en la cuestión de los refugiados ha sido nula. Sólo cuando han aparecido noticias de que la ayuda de los organismos internacionales podía limitarse, ha surgido una u otra solución. Pero después la ayuda se prorroga un año más y las sugerencias se olvidan. En 1951, el Gobierno egipcio propuso instalar 50.000 refugiados de Gaza en el Sinaí. ¡En el Sinaí! Siete años después esos refugiados continuaban en Gaza haciendo la siesta, desocupados y jugando a los dados.


La situación es verdaderamente dolorosa, pero se mantiene de manera deliberada y, a pesar de la solemnidad de las palabras, frívola. Por otro lado, acaso jamás un problema local haya servido para envenenar las relaciones internacionales de una manera tan vasta. Mientras tanto, una masa humana de más o menos 800.000 personas vive sin ningún estatuto jurídico, de la caridad internacional, sin hacer nada, sin un aprovechamiento que alguien pueda apreciar. Esta situación ofrece aspectos de una curiosidad creciente, tiene matices inauditos e insospechados. En todo caso, las Naciones Unidas y concretamente los Estados Unidos parecen dispuestos a agotar toda la paciencia caritativa de que sus presupuestos son capaces. Los de enfrente ni tan siquiera habrían podido soñar una situación de mayor rendimiento, ni más fácil.

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