"Ás catro da mañá, nunca se sabe se é demasiado tarde, ou demasiado cedo". Woody Allen







sábado, 14 de mayo de 2011

Con nostalxia...



Voy a confiaros una historia sobre el sentimiento del deportista, que no tiene nada qué ver con las medallas sino con las emociones. Los más veteranos, que lleváis mucho tiempo en esto y veis pasar el desgaste físico por encima del mental, os vais a sentir muy identificados y os vais a emocionar, de verdad. Sé que escribo mucho pero lo disculparéis.Vaya por delante que no estoy de acuerdo con el mito social que elogia el sacrificio y el sufrimiento del deportista. El sacrificio y el sufrimiento lo soportan los mileuristas, los enfermos o los mariñeiros del Gran Sol. A los deportistas se les puede valorar el mérito de una gesta determinada, pero sufren y se sacrifican porque les da la gana, porque cobran o porque las endorfinas nos ponen ciertamente cachondos, a tod@s. Es un gesto atávico y evolutivo de superación personal que nada tiene de altruista. Es egoísmo.Os cuento todo esto porque ayer martes fui a ver a mis ex compañeros de baloncesto y me conmoví bastante. Fundamos la pachanga semanal en 1990, cuando no existían euros, ni móviles ni emails y un grupo de amigos empezábamos a escribir en un periódico que ya ni existe, Diario 16. Desde esa fecha, todos los martes de los últimos veinte años alguien ha aparecido a las diez de la mañana por las canchas de Samil para tirar unas canastas y tomar unas cañitas en el tercer tiempo. En estos veinte años pasaron por el equipo más de un centenar de amigos, vimos cerrar varios bares por la zona y echamos barriguita. Pero sobre todo nos fuimos cargando de achaques. Cuantos más achaques, más le das al pico durante el partido para que no se note que pierdes el salto. Hay que decir que el basket es un deporte eminentemente oral, en el que tienes que gritar a alguien o te gritan a ti para pedirte algo, un pase, un bloqueo. También blasfemas bastante y manoseas a todo el mundo, unas veces con la mano y otras metiendo el codito para joder un poco. Es un juego maravilloso y, como se puede ver, diametralmente opuesto a la natación, donde no puedes empujar y el que abre la boca se traga un pedazo de alga. Nadar es como si sólo puedes lanzar tiros libres con el balón. De los alrededor de veinte amigos que fundamos el grupo, quedábamos tres hace tres años. A mí me descartaron cuando me dijeron que no podría volver a jugar al basket, ni a correr intensamente ni a tirarme como un vikingo en la mountain bike por un cortafuegos (lo que más te jode son los amigos extradeportivos que no entienden nada y te dicen “pero si puedes caminar perfectamente, llevas una vida normal”). Los colegas de la pachanga se disgustaron más que yo porque son exclusivamente baloncestistas, y se morirían si los retiran de la cancha. Por suerte, yo siempre tengo un as para matar un tres y de ahí la natación.Quedan pues dos fundadores. Uno es Antonio, que pronto cumplirá cincuenta. Fue jugador juvenil en el mítico OAR de Ferrol, equipo que en sus tiempos de gloria tuvo en plantilla a pivotes de relumbrón como Lavodrama o Nate Davis. Antonio salta cada vez menos y grita cada vez más. Va con dolores en las rodillas pero no ha dejado de acudir jamás, y en el tiempo de las cañitas mantiene el mismo humor que en 1990. Es de esos amigos sensatos que sabes que, si tú no la cagas, te van a durar toda la vida.El otro amigo se llama Rodri. Fue un crack en sus tiempos mozos, sigue teniendo una muñeca finísima en la media distancia. Este sí que le da al pico, que si falta, que pasos, que si estás pisando la línea… es el que pone más tensión al partido. Ayer me dijo que ya empezó las sesiones de radioterapia. No hizo falta preguntarle más, sólo le comenté si puede jugar. “Lo único que quiero, Manuel, es morirme aquí, en la cancha, no jodido en una puta cama. Es lo único que importa”, me dijo mientras me pasaba la mano por la espalda. Y convinimos en no hablar más de eso. Bien, queridos aughaneiras, debéis saber que Rodri, ese tipo que sigue metiendo los codos en la zona hasta que la fatiga le deja en el banquillo a mitad del partido, tiene setenta y un años, 71, siete uno. Es un egoísta de los nuestros. Ahora comprenderéis mejor que el neopreno a veces me quede pequeño, porque en él trato de meter una bola de basket rodeada de amigos, mi bici de montaña y mis zapatillas con cámara de aire para correr por las pistas forestales. Joder con la natación ¡bendita natación!

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Grazas Ana polo agasallo con nostalxia...

2 comentarios:

Alexandre dijo...

fermoso texto, parabéns!

Só me renxe isso de combinar "todos os martes às 10 da manhá"... pero é que aí nom trabalha nem dios, ou que? As pachangas tenhem que ser em fim de semana, ou estamos todos tol@s??

javier Atienza dijo...

Unha maneira preciosa e emotiva de falar da amizade e o deporte.Gracia por escribir así ainda que o rematar teño as bagoas a punto de sair.