¡Viva Vargas! (I)
Por Woody Allen
«Para acabar con las revoluciones en Latinoamérica», de "Cómo acabar de una vez por todas con la cultura".
3 de junio
¡Viva Vargas! Hoy nos lanzamos a la sierra. Indignados y asqueados por la explotación que lleva a cabo en nuestro pequeño país el corrupto régimen de Arroyo, enviamos a Julio al palacio de gobierno con una lista de nuestras quejas y reivindicaciones, todas, en mi opinión, justificadas. Resultó que el sobrecargado orden del día de Arroyo no incluía el que dejaran de abanicarle para encontrarse con nuestro amado enviado revolucionario, por lo que delegó el asunto en su primer ministro, quien afirmó que consideraría con atención nuestras peticiones, pero que, primero, quería ver cuánto tiempo podía sonreír Julio con la cabeza sumergida en lava hirviendo.
Como consecuencia de estas y otras agresiones, decidimos finalmente, bajo el inspirado liderazgo de Emilio Molina Vargas, tomar el asunto en nuestras propias manos. Puestos a traicionar, gritamos por las calles, traicionaremos del todo.
Estaba relajándome inoportunamente en una bañera de agua caliente, cuando llegó la noticia de que la policía pasaría en unos minutos para colgarme. Pegué un salto fuera del baño con comprensible presteza; pisé un jabón húmedo y patiné hasta el patio; por suerte amortigüe la caída con los dientes, que se desparramaron por el suelo como salidos de una caja de chicles. Aunque desnudo y herido, el instinto de conservación me dictó que actuara con rapidez y, cuando monté a Diablo, mi alazán, lancé el grito de los rebeldes. El caballo se encabritó sobre sus dos patas traseras y volví a encontrarme en el suelo con muchos huesecitos fracturados.
Por si fuera poco, había hecho apenas unos metros a pie cuando me acordé del ciclostil; no quise dejar atrás semejante arma política, prueba judicial de suma importancia, di media vuelta y fui a buscarla. Para colmo de la mala suerte, el trasto ese pesaba más de lo que parecía y levantarlo era trabajo más apropiado para una grúa que para un estudiante universitario de sesenta kilos. Cuando llegó la policía tenía la mano atrancada en la máquina que rugía de forma incontrolable mientras imprimía largas citas de Marx sobre mi espalda desnuda. No me preguntéis cómo me las arreglé para desengancharme y pegar un salto por la ventana de atrás. Por suerte, eludí a la policía y me abrí camino hacia la seguridad del campamento de Vargas.
4 de junio
¡Qué paz en estas sierras! ¡Vivir al aire libre bajo las estrellas! ¡Un puñado de hombres entregados a una causa! ¡Trabajando por un objetivo común! Aunque yo había intervenido en el plan de ataque, Vargas consideró que mis servicios podían tener mejor destino como cocinero del campamento. No es un trabajo fácil cuando escasean los alimentos, pero alguien tenía que hacerlo y, teniendo en cuenta las circunstancias, mi primer rancho fue todo un éxito, aunque no a todos los hombres les apeteciera el monstruo Gila (1), pero no era el momento adecuado para sutilezas, y, aparte algunos desgraciados que no soportan los reptiles, la cena se desarrolló sin el menor incidente.
Hoy oí a hablar a Vargas y me pareció bastante seguro de nuestros planes. Piensa que tendremos la capital bajo control a mediados de diciembre. Su hermano Luis, en cambio, un hombre de naturaleza taciturna, cree que en muy poco tiempo habremos muerto todos de hambre. Los hermanos Vargas discuten constantemente de estrategia militar y filosofía política; resulta difícil imaginar que estos dos grandes jefes rebeldes eran, hace apenas una semana, chicos de la limpieza en el Hilton. Mientras tanto, seguimos esperando.
10 de junio
Día dedicado al ejercicio. Es milagroso ver como hemos pasado de ser una pandilla de guerrilleros desastrosos a un ejército de primera. Esta mañana, Hernández y yo practicamos el uso de los machetes, nuestros cuchillos para la caña de azúcar, afilados como hojas de afeitar, y, debido al exceso de entusiasmo de mi compañero, descubrí que tenía sangre de tipo O. Lo peor de todo es la espera. Arturo tiene una guitarra, pero sólo sabe tocar Cielito lindo y, si bien a los hombres les gustó escucharlo al principio, ahora ya ni le aplauden. Traté de guisar el monstruo Gila de otra manera y pienso que a los hombres les gustó, aunque noté que algunos tenían que masticar mucho y agitar la cabeza para que les bajara.
Oí hablar por casualidad a Vargas otra vez. Él y su hermano elaboran planes para cuando la capital caiga en nuestras manos. Me pregunto qué cargo habrá pensado para mí cuando haya triunfado la revolución. Estoy bastante seguro de que mi extrema lealtad, solo comparable a la de un perro, será recompensada.
1 de julio
Un comando de nuestros mejores hombres atacó hoy un pueblo en busca de alimentos y tuvo oportunidad de emplear muchas de las tácticas que hemos estado practicando. La mayoría de los rebeldes se portó muy bien y, aunque el comando fue aniquilado casi en su totalidad, Vargas lo considera una victoria moral. Los que no formamos parte del comando, nos quedamos sentados en el campamento mientras Arturo nos cantaba Cielito lindo. La moral permanece elevada pese a que los alimentos y las armas son virtualmente inexistentes y a que el tiempo pasa con mucha lentitud. Por suerte nos distrae el calor de más de cincuenta grados, el cual, se me ocurre, puede ser la causa del extraño ruido de gorjeos que emiten nuestros hombres. Ya nos llegará el momento.
10 de julio
Hoy fue, en líneas generales, un buen día pese a que los hombres de Arroyo nos tendieran una emboscada y estuvieran a punto de liquidarnos. En parte fue culpa mía porque delaté nuestra posición al invocar la Santísima Trinidad a voz en grito cuando una tarántula se me subió por la pierna. Durante unos segundos no pude deshacerme de la tenaza de la maldita araña mientras se abría camino en las secretas profundidades de mi ropa haciendo que corriera como un loco hasta el río y me tirara en él, lo cual me pareció que duraba tres cuartos de hora. Poco después, los soldados de Arroyo abrieron fuego sobre nosotros. Luchamos con valentía, aunque la sorpresa haya creado una leve desorganización y durante los primeros diez minutos nuestros hombres se hayan acribillado entre sí. El mismo Vargas se salvó por un pelo de la catástrofe cuando una granada aterrizó a sus pies. Me ordenó que me arrojara sobre ella. Consciente de que sólo él es indispensable a nuestra causa, lo hice. El destino quiso que la granada no estallara, y salí entero del incidente con sólo un ligero temblor y la incapacidad de dormir a menos de que alguien me tenga cogida la mano.
15 de julio
La moral de nuestros hombres parece seguir alta a pesar de los ligeros contratiempos. En primer lugar, Miguel robó unos misiles de tierra, pero los confundió con misiles de tierra-aire y, al intentar derribar varios aviones de Arroyo, hizo volar por los aires todos nuestros camiones. Cuando trató de disculparse, como si hubiera sido una broma, José se enfureció y se pelearon. Más tarde hicieron las maletas deprisa y desertaron. Dicho sea de paso, la deserción puede convertirse en un grave problema, aunque por el momento, el optimismo y el espíritu de cuerpo la han limitado a sólo tres de cada cuatro hombres. Yo, por supuesto, sigo leal y sigo cocinando, pero los hombres no parecen apreciar las dificultades de mi misión. La verdad es que han amenazado con matarme, si no encuentro otra alternativa al monstruo Gila. A veces los soldados pueden llegar a ser irracionales. Sin embargo, no pierdo la confianza, y puede que un día de estos los sorprenda con algo nuevo. Mientras tanto, nos sentamos en el campamento y esperamos. Vargas camina para arriba y para abajo en su tienda de campaña, y Arturo toca Cielito lindo.
(1) Lagarto venenoso de gran tamaño, comparable a la iguana, que habita en Centroamérica (N. del T.)
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