"Ás catro da mañá, nunca se sabe se é demasiado tarde, ou demasiado cedo". Woody Allen







lunes, 3 de junio de 2019

Simone de Beauvoir e Israel



Simone de Beauvoir, una de las pensadoras más importantes de todos los tiempos, nunca tuvo inconveniente en mostrarse a favor de la existencia del Estado de Israel. A continuación se reproduce parcialmente una conferencia que dio a mediados de la década de 70 en París:


Acompañé con pasión la lucha de los judíos para poder establecerse en una tierra que les pertenecía, en la tierra de Israel. Amigos míos de entonces participaron directamente en esa lucha y por eso, cuando finalmente, en 1948, el Estado de Israel fue reconocido por las Naciones Unidas, sentí como si su victoria hubiera sido una victoria personal mía.

Israel es un Estado religioso; efectivamente, para la gente de izquierda, hay algo de incomodo en el hecho de que, por ejemplo, las bodas se deban contraer necesariamente en una sinagoga, o que la boda de un judío con una mujer non judía non le permita tener hijos judíos. La religion tiene bastante importancia y demasiado peso allí y comprendo que eso incomode a las personas con concepciones de izquierda, orientadas por la libertad de pensamiento y de acción.

Como integrante de la izquierda formé parte de todas las luchas de la misma, en la medida de mis posibilidades. Estuve de lado de la FLN durante la guerra de Argelia y nadie puede acusarme por lo tanto de haber sostenido el colonialismo (de hecho, para mí Israel non es una colonia, no existe en ella metrópoli, no se hace trabajar a los indígenas para  explotarlos,...). Puedo afirmar, pues, que soy de izquierda y precisamente por ser de la izquierda es que deseo afirmar mi solidaridad con Israel en general y con la izquierda israelí en particular. Que ese país debe vivir, es para mí una algo evidente.


Creo que hay también, sobretodo entre los jóvenes, un correcto romanticismo que les hace tomar partido a priori, casi incondicionalmente, por el pueblo palestino, porque aún no es  un país. Se trata de un país inexistente, lo que hace posible proyectar muchas cosas en él. De él se puede esperar casi todo; se puede pensar que no tendrá tachas, que será perfectamente socialista, que será totalmente justo e igualitario. Lo que sucede con Israel es que no se trata de una encarnación: la idea del Estado de Israel se encarnó y toda encarnación supone tachas, imperfecciones, desgracias, errores. Es verdad que los pioneros del Estado de Israel pensaron en una sociedad perfecta, pura, justa, en un país jamás visto, que de ningún modo sería como los demás. Pues bien, de hecho, Israel es un país como muchos otros porque hay en él desigualdes, injusticias, es un país que no comporta un ideal puro, como sucede con el país inexistente. Cuando exista la encarnación del Estado Palestino, a buen seguro será víctima de las contradicciones, de las equivocaciones y de los errores.

No baso los derechos de los israelíes -careciendo de cualquier inclinación religiosa- sobre su presencia en otro tiempo en esa tierra ni sobre la tradición invocada por muchos judíos; para ellos la situación es distinta: esa vínculo quiere decir algo muy profundo: lo sé; muchos judíos piensan en eso. No es sobre eso sobre lo que yo contruiría los derechos de Israel, pero, como lo hicieron mucha gente de izquierda y en particular Brecth en "El círculo de tiza" que es una hermosa pieza teatral, sobre el hecho de que la tierra "pertenece a quién a hace mejor", quiere decir, de quién la trabaja... Ellos fueron los que la trabajaron, y enraizaram en ella a sus familias. Sobre esta tierra vivieron, a ella se vincularon y, precisamente por su su trabajo, por todo lo que en ella hicieron, por los niños que allí crearon. En lo que a mí respecta, no necesito ninguna otra necesidad de buscar otras razones. Para mí esa es la razón fundamental por la cual ellos tienen el derecho y deben vivir sobre esa tierra, y ya no nunca más como una minoría más o menos oprimida, pero sintiéndose en casa, viviendo sobre una tierra que les pertenece.

Conferencia en el Cercle Bernard Lazare, París, 7 de mayo de 1975

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