"Ás catro da mañá, nunca se sabe se é demasiado tarde, ou demasiado cedo". Woody Allen







lunes, 25 de marzo de 2013

Eduardo Martín de Pozuelo escribe sobre o franquismo e o Holocausto






Este es el libro de un periodista y está escrito con la intención de que el lector compruebe los elementos que narran esta penosa visión de nues­tra reciente historia. La obra es el complemento directo de otra anterior de esta misma editorial, Los secretos del franquismo1 y también de varias series de reportajes publicados en La Vanguardia que fueron recompensados con el Premio Internacional de Periodismo Rey de España y con el Raoul Wallenberg. La base de todo este trabajo reside en sucesivos rastreos efectuados en los archivos de Estados Unidos, Gran Bretaña y Holanda, principalmente, y cuyo resultado ha sido el hallazgo de documentos secretos que atañen a España. 

Unos documentos que desvelan hechos que en su día el franquismo trató de esconder. El texto se articula entre dos extremos: uno es la España nazi, sus circunstancias y consecuencias; el otro es la transición, que aparece como la salida a un oscuro y largo túnel. Cruz y cara de la misma moneda. El libro empieza con el comportamiento español respecto al exterminio de judíos durante la II Guerra Mundial. Para este periodista ha sido imposible leer documentos nazis referentes a España y el holocausto y no sentirse muy mal. En los archivos referidos hay un fondo de miles y miles de papeles hallados en Alemania por los aliados al final de la II Guerra Mundial o interceptados por los servicios secretos angloamericanos que abundan, uno tras otro, en un horror del que España fue cómplice por acción y omisión. No hay excusas posibles. No sirve de nada decir que Franco no sabía lo que sucedía con los judíos. Es mentira. Lo supo, y por conducto oficial. Hasta los alemanes le dieron varios ultimátums que no dejaron lugar a dudas. Es más, los nazis, que fijaron con precisión industrial sus plazos de exterminio, tuvieron con su amigo Franco la deferencia de otorgarle varias moratorias para que el régimen pudiera hacerse cargo de los judíos que los censos nacionalsocialistas consideraban españoles. La respuesta del dictador español fue el olvido reiterado y el retraso intencionado en la toma de decisiones que podrían haber salvado la vida de miles de niños, mujeres y hombres. Pero, atención, el asunto es más perverso: la dictadura que no salvó a las personas sí reclamó a Berlín los bienes materiales de los deportados a los que negó el pan y la sal. ¡Pero sí que hubo judíos salvados por españoles e incluso por Franco!, podría argumentarse. En efecto los hubo. En un número difícil de calcular pero en todo caso ínfimo en relación a la magnitud de la catástrofe. Sucede que los judíos que se salvaron por mediación española lo fueron por la actitud heroica y estrictamente personal de un puñado de diplomáticos españoles. También es cierto que hay algunos salvados por mediación gubernamental española, pero después de que Estados Unidos y Gran Bretaña presionaran a un Franco que en su falsa neutralidad había cometido errores de bulto. 

 Es difícil comprender las razones que puedan esgrimirse para que este asunto no sea de dominio público y se estudie en las escuelas españolas. ¿O tal vez estos hechos no forman parte de nuestra historia? Hay otras incógnitas que emergen de los documentos a las que les falta una respuesta coherente. Una muestra. ¿Qué les sucedió a los aliados que, estando al tanto del genocidio que se estaba produciendo, inexplicablemente no emprendieron acciones de guerra dirigidas exclusivamente a evitarlo? ¿Por qué no bombardearon sin descanso las líneas férreas que conducían hacia los campos de exterminio? La respuesta está en el viento. Pero el lodo de la complicidad española con el holocausto procede de unas aguas llovidas unos anos atrás que aparecen en los siguientes capítulos. Las pistas documentales indican que el nacionalsocialismo incitó la sublevación de julio de 1936 contra la II República y que, al triunfar los insurrectos, después de tres años de Guerra Civil durante los que Alemania no regateó ayuda, los lazos hispano-nazis se torna­ron ideológicamente indisolubles. De ahí la complicidad genocida, el control alemán de la prensa española durante la II Guerra Mundial y la ocultación sistemática de la realidad. 

Nuestro pasado había que guar­darlo debajo de la alfombra aunque soviéticos y angloamericanos su­pieran de Franco mucho más de lo que nos contaron. En el precedente Los secretos del franquismo se explican las razones aliadas para tolerar a Franco tras la derrota del eje al tiempo que ya se adelantaba la pista nazi como pieza básica del alzamiento. Entre sus instigadores citábamos a Hans Hellermann. Posteriores investigacio­nes efectuadas desde La Vanguardia en estrecha colaboración con el periodista Jordi Finestres y publicadas en el Magazine (22 de febrero de 2009) reafirmaron las sospechas adelantadas en el anterior libro. Y después, nuevos datos añadieron certidumbres a una pista que sigue apuntando tercamente en la misma dirección. Pasáronlos años, Franco murió y un joven Juan Carlos maniobró en secreto a favor de la democracia. Quedaba atrás un pasado muy oscuro. Era la transición, el cambio. Los servicios secretos occidentales toma­ron nota de todo, y aquí lo explicamos. Un poco después, Juan Carlos sería el primer jefe de Estado español que rendía homenaje en el Yad Vashem a las víctimas del holocausto apartándose del legado de Franco y de Isabel la Católica, la reina española más admirada por los nazis. 

Eduardo Martín de Pozuelo Dauner.
Prólogo de su libro El franquismo, cómplice del Holocausto (Librosdevanguardia) 2012


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