"Ás catro da mañá, nunca se sabe se é demasiado tarde, ou demasiado cedo". Woody Allen







miércoles, 26 de diciembre de 2012

Josep Pla en Israel 1957





La reedición en castellano del libro del escritor catalán Josep Pla, Israel, 1957, debe calificarse de acontecimiento afortunado, y además muy oportuno, en el panorama convulsivo de nuestro presente, en el que el prejuicio lamina con simplicidad el juicio y la condena se solapa con la lapidación[1]. Tal consideración estaría justificada, en primera instancia, por la calidad de un material narrativo de primera fila, de un relato de viajes —un «reportaje», lo conceptúa el propio Pla— conducido por un maestro del género y uno de los más grandes prosistas españoles contemporáneos.

Pero, por encima de todo, el enorme valor de esta iniciativa editorial queda patente en el asunto y el territorio transitado, en el argumento y la situación detallada, temas —sea dicho sin la menor tentación hiperbólica— de la más rabiosa actualidad: el nacimiento del Estado de Israel y su futuro. Un acontecimiento histórico, permanentemente puesto en cuestión por muchos.

Josep Pla embarca en la primavera de 1957 en el Theodor Herzl, flamante barco que realiza la travesía inaugural entre Marsella y Haifa, con el propósito de acercarse a la realidad de un país que acaba de fundarse, de un Estado que prorrumpe en la escena internacional bajo el signo de la esperanza, pero también de la tormenta, y que a los nueve años de su fundación, se halla en el foco de la disputa política y diplomática más intensa desde el final de la II Guerra Mundial.

Sobre este pedazo de suelo marcado por el peso del símbolo intemporal de la religión, envenenado moralmente por el odio y el resentimiento y ensombrecido, en fin, por la querella demasiado humana de la política geoestratégica, Pla compone un itinerario espiritual que representa, a la vez, todo un mosaico de datos estadísticos, de sensaciones y reflexiones, en el que no faltan referencias temporales al momento presente.

En el reportaje, el presente es 1957. El tiempo transcurre vertiginoso en el Estado reciente y pujante de Israel. En consecuencia, podría resultar comprensible que, en una primera y rauda apreciación, alguien cuestionase el interés de un documento que discurre en un escenario del que nos separa más de medio siglo, durante el cual han transcurrido muchos y decisivos acontecimientos que obviamente en este ensayo están ausentes. Pero la lectura del texto disuelve de inmediato la prevención.

Para calibrar la medida del texto, debe recordarse —con Pla— que estamos hablando de un país que «interesa a todo el mundo, que apasiona muchísimo. La historia de estos últimos meses lo demuestra copiosamente» (p. 21). Pues bien, lo sorprendente —y, al mismo tiempo, lo desesperante — de esta estimación es que tenga tanto impacto hoy como ayer, lo cual informa de la actualidad de un asunto enquistado, de un caso atorado. Mas ¿cómo empezó todo?

Pla lanza una mirada limpia sobre el nacimiento de un Estado, sobre la gesta del pueblo judío en el campo de Agramante oriental, con la esperanza de lograr una representación lo más completa y objetiva posible —pero que no oculta en ningún momento respeto y admiración—, que su retina registra, su memoria retiene y su pluma describe. El escritor tiene por entonces 60 años y no puede por menos que quedar fascinado al contemplar el esfuerzo heroico de una comunidad incipiente, vigorizada por un idealismo y un patriotismo tales que socavan muchos mitos erigidos por el antisemitismo; verbigracia, el judío como individuo materialista, avaro y regalón.

El pueblo judío ha labrado Israel a partir de un trozo de tierra abandonada, maltratada y malgobernada por la desidia del turco, la dejadez del musulmán y la mezquindad de los anteriores protectores y mandatarios europeos. Insertados tras la diáspora miles de judíos en este desierto —cuya transformación en tierra cultivable y civilizada resulta casi un milagro— sus peores enemigos son, con todo y con mucho, los vecinos: los países islámicos de la región —y del resto del mundo— que le han declarado la guerra a muerte desde el primer día de su existencia.

¿Por qué les odian tanto? Israel es un Estado nacido con una misión, recogida solemnemente en la Declaración de Independencia: ofrecer un hogar a todos los judíos dispersos en la diáspora (la Gola) en este extremo —aunque para nosotros, los españoles, próximo— del continente asiático. Y, en efecto, la población israelí proviene de todas las partes de la Tierra, si bien la procedencia sea mayoritariamente oriental. Lo extraordinario del asunto, «la gran sorpresa», dice Pla, que produce este país, es que tanto los dirigentes políticos y militares como el modo de vida israelí se rigen nítidamente por el modelo occidental.

Israel actuó, desde sus orígenes, siguiendo la forma y el contenido de una democracia parlamentaria, desarrolla una economía liberal de mercado y en la sociedad resultante, las mujeres participan en todas las labores y tareas en igualdad de condiciones que los varones: «Y éste es el hecho —a mi modesto entender— que no podrán nunca digerir los países árabes vecinos de Israel: la presencia de un pueblo no solamente occidental, sino uno de los que más ha contribuido a la formación de la civilización moderna. Sólo hay que recordar que Einstein, Freud y Marx eran judíos.» (p. 55). Palabra de Pla.

Bien pensado —y bien leído el libro en nuestros días—, aquello que podía sospecharse un inconveniente —la fecha de la redacción del reportaje—, demuestra ser una cualidad fructuosa, a saber: la oportunidad de recoger cercanamente las circunstancias del origen del Estado de Israel, de sus aprietos y apreturas. El capítulo Judíos y árabes contiene, por ejemplo, en sólo once páginas, una de las más precisas y clarificadoras síntesis que pueden leerse actualmente sobre un conflicto que todavía hoy estremece al mundo y del que prácticamente nadie se abstiene de opinar, y aun de tomar partido, casi siempre para acostarse hacia «la-causa-palestina-frente-a-la-agresión-israelí».

Basta con acudir a una librería y acercarse a la sección dedicada al tema —lo mismo podría decirse de otras materias palpitantes, como la globalización, por citar otra— para constatar el aplastante desequilibrio de la oferta bibliográfica disponible y la apabullante superioridad de una perspectiva de interpretación y análisis sobre la otra. El solo hecho de que Israel, 1957 pueda aliviar semejante déficit, y de paso probar que la posesión de ideales y de espíritu crítico no es patrimonio de una determinada ideología o «sensibilidad», ya serían razones suficientes para celebrar la fortuna y oportunidad de la reedición de este texto.

Libro comprometido e interesado, no es, sin embargo, apologético y secuaz, como suele ser habitual en otros trabajos sobre este pequeño país en el centro de la tormenta: «He hecho este reportaje con gran interés—confiesa el autor—, porque yo tengo personalmente una gran admiración por este espíritu, que por el hecho de tener como esencia la protesta sistemática constituye la estructura viviente del liberalismo, que es precisamente mi razón de ser.» (p. 256). Fernando R. Genovés.

[1] La presente recensión del libro de Josep Pla, Israel, 1957. Un reportaje, fue publicada bajo el título «El nacimiento de un Estado» en la Revista de Occidente, Madrid, nº 261, febrero de 2003, pp. 148-151. Para esta versión he introducido breves añadidos y pequeñas correcciones de estilo respecto al texto original.

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