"Ás catro da mañá, nunca se sabe se é demasiado tarde, ou demasiado cedo". Woody Allen







viernes, 29 de julio de 2011

Eugenio García Gascón revisita os procolos...



Eugenio García Gascón, do xornal español Público, "acusa" a Israel da matanza en Noruega. por Elie Smilovitz


28 de Julio de 2011
A raíz de la reciente masacre en Noruega, Eugenio García Gascón, corresponsal del diario Público, acusó desde su blog
Balagán a Israel de haber influido en la matanza. En su entrada Utoya, el periodista escribe:


"Los medios israelíes, poco dados a las noticias internacionales, han recogido la masacre de Utoya con cierta profusión, aunque no han indagado demasiado en el interés del criminal Breivik por la islamofobia y en su filia sionista".
¿Por qué deberían los medios de comunicación israelíes incidir en la “filia sionista” del desequilibrado asesino o en su “islamofobia”? Anders Breivik ha matado a sangre fría a sus propios compatriotas y ha atentado contra el Gobierno de su país. ¿No debería entonces el Vaticano “indagar” en la filiación católica de Breivik? Después de todo, el escudo de guerra utilizado por el noruego consiste en una cruz perforando un cráneo humano, no en una estrella de David. Desde esta lógica utilizada por el corresponsal Eugenio García Gascón, Benedicto XVI es directamente responsable de la locura del terrorista de Utoya.
"El Yediot Ahronot ha publicado una fotografía del campamento con una pancarta en la que se leía en letras mayúsculas rojas y gruesas “BOICOT ISRAEL”, y que aparentemente fue tomada poco antes de la matanza. Se sabe que en el transcurso del campamento, los jóvenes noruegos discutieron el tema del boicot a Israel como respuesta a las tropelías que el Estado judío comete en los territorios ocupados continuamente".
El periodista pretende crear un vínculo entre la matanza en Noruega e Israel, al utilizar el argumento –falso- de la conexión entre la “filia sionista” del terrorista, que es descargada violentamente contra un grupo de personas que promueven el boicot contra Israel, a raíz del artículo en el diario Yediot Ahronot con la foto de la pancarta con “letras mayúsculas rojas y gruesas”.
En Israel, manifestaciones multitudinarias contra la política de precios del Gobierno recorren las calles de numerosas ciudades, y los manifestantes también llevan pancartas. En ocasiones estas manifestaciones se dirigen en contra de políticas relacionadas con los palestinos. En todos los casos, las fuerzas de seguridad de Israel salvaguardan la integridad física de los manifestantes. Jamás disparan contra ellos por llevar pancartas contrarias al Gobierno. Así, el argumento de que alguien en Noruega mate por Israel a causa de ver pancartas contrarias a ese país es un dislate propio de alguien que ha perdido el contacto con la realidad.
"Según los datos que se han filtrado a la prensa, Breivik siente una gran admiración por el sionismo y un profundo odio por el islam. Muchos creen que Israel promueve esta ideología, y hasta es posible que sea cierto si nos atenemos a lo que observamos día a día sobre el terreno, tanto en Israel como en el extranjero".
Cuando García Gascón asevera que “muchos creen que Israel promueve esta ideología”, está utilizando un viejo truco propagandístico: asegura que son “muchos” pero no especifica quiénes. Israel promueve el sionismo, lo que resulta lógico y, en ningún caso, racista, segregacionista o discriminatorio. El sionista es aquél individuo que simpatiza con la existencia del estado de Israel, independientemente de si es judío, musulmán, cristiano o hindú.
Por otra parte, Israel nunca ha promovido la islamofobia, muy al contrario, ese país ha procurado, desde su nacimiento, ser un crisol de culturas y un ejemplo de convivencia, como lo demuestra que tanto el hebreo como el árabe sean idiomas oficiales, que todas las señales de tráfico estén escritas en árabe, hebreo e inglés y que en Israel exista una población árabe superior al 20% que disfruta de un nivel de vida muy superior al de la gran mayoría de países árabes y musulmanes. A la vez, esta minoría cuenta con plenitud de derechos civiles, políticos y sociales, a diferencia de otros países en el Medio Oriente en donde los no musulmanes son tratados como ciudadanos de segunda clase o no tolerados del todo.
"Uno de los cabos del ovillo de la matanza nos conduce directamente al conflicto israelo palestino, y muy especialmente a la connivencia culposa de Estados Unidos y la Unión Europea con los israelíes y su ocupación".
Aquí, el corresponsal español comete una elipsis inexplicable. ¿Cómo un atentado terrorista cometido por un fanático desequilibrado en Noruega puede estar “especialmente” relacionado con la supuesta “connivencia” de EEUU y la UE hacia Israel, un país a miles de kilómetros de distancia del atentado, simple y llanamente no encuentra una explicación realista.
"No estoy diciendo que si se lograra la paz, es decir si Israel abandonara los territorios ocupados y cumpliera las resoluciones internacionales, la violencia iba a desaparecer completamente, pero sí que creo que disminuiría significativamente porque no sólo se realizaría un acto de justicia con los palestinos, sino que se les quitarían argumentos a los violentos".
Una vez más, el periodista esconde en sus palabras la parcialidad que suele caracterizar sus publicaciones en el blog Balagán.
Por un lado da por sentada la máxima de los “territorios ocupados”, cuando en realidad se refiere a Cisjordania, un territorio considerado “en disputa” según el Derecho Internacional.
Por otro lado, afirma que la paz puede lograrse con base en acciones que dependen única y exclusivamente de Israel, a saber; retirarse de los “territorios ocupados” y “cumplir las resoluciones internacionales”. Seguramente el corresponsal se refiere, entre otras, a las 33 resoluciones emitidas por el Consejo de Derechos Humanos de la ONU que condenan exclusivamente a Israel, pero que, en ningún caso, mencionan las acciones terroristas de Hamás o Hezbollah contra la población civil israelí, y, mucho menos, las brutales represiones por parte de los regímenes sirio o iraní contra sus propios pueblos. Y que son precisamente países como Irán y Siria, quienes impulsan esas resoluciones contrarias a Israel en el Consejo.
En todo caso, para el autor de Balagán, sólo Israel es responsable de un conflicto que dura décadas y que ha involucrado a los Ejércitos regulares de al menos siete países en guerras contra el Estado judío. Para García Gascón no hay duda, la paz en Medio Oriente sólo depende de Israel.
Por otra parte, al final de su post, el corresponsal matiza su falsa afirmación y dice que de Israel dependería “quitar argumentos” a los violentos. Pero, de nueva cuenta, no dice quiénes son esos violentos. ¿Los palestinos de Hamás? Si es así, ellos necesitan un sólo argumento para perpetrar atentados terroristas, a saber, que exista el Estado judío. En ese caso, García Gascón debería ser más claro en su entrada y decir que Israel debería disolverse para que Hamás no tuviera argumentos para lanzar ataques violentos contra Israel. Una proposición absurda. Si, por otro lado, el corresponsal se refiere a los argumentos del indudablemente psicópata Breivik en Noruega, es bien sabido que este tipo de personas se aferra a cualquier ideología para cometer crímenes atroces, y que eso no convierte a la ideología en la causa del crimen.
En resumen, los argumentos de García Gascón sólo conducen al absurdo. Breivik es un enfermo y un terrorista que ha cometido un crimen atroz. Este tipo de asesinos se han presentado en varios momentos y lugares en la historia, y los argumentos que esgrimen tienen vigencia solamente en su enferma imaginación. Las conexiones que el corresponsal de Público establece entre los actos de Breivik e Israel existen sólo en el mundo imaginario de García Gascón.


www.revistamo.org

lunes, 25 de julio de 2011

A verdade sobre Cisxordania...

Conciso e magnífico video no que Danny Ayalon, viceministro de Exteriores de Israel explica as razóns do conflito en Cisxordania. Moi recomendábel

jueves, 21 de julio de 2011

Os cafés de Viena...



Por Henrique Veltman


http://www.asa.org.br/


Cando a xente le os libros de Elias Canetti, xorden os cafés de Viena, locais preferidos dos artistas, escritores e políticos de esquerda, xeralmente comunistas. No principio do século pasado, Viena era a capital do Imperio Austro-Húngaro, cunha vida cultural intensa, nalgúns casos superior á de París e Berlín. A cidade era animada por un equipo de intelectuais e artistas, na súa maioría, xudeus. Os cafés reunían xornalistas, poetas, romancistas, pintores e arquitectos famosos, moitas veces acompañados de mulleres, bonitas ou intelixentes (ás veces, bonitas e intelixentes). A ese público xuntábanse tamén médicos e psicoanalistas, políticos socialdemócratas e revolucionarios bolcheviques, mais tamén grupos de antisemitas, futuros nazis. Por exemplo, o Café Central, situado ao carón do palacio Ferstel, na Herrengasse, fundado en 1876, pechado en 1943 e reaberto, novamente, en 1982. Velaí aquí os nomes dalgúns dos frequentadores máis famosos do Café Central, da súa época dourada, anos 1900, até o advento do nazismo: Viktor Adler (1852-1918), cofundador do partido socialdemócrata austríaco. Social-chauvinista durante a I Guerra Mundial, non se entendeu ben con Trotsky, que coñecera e axudara en 1907. Era pai do Friedrich Adler, quen disentiu politicamente del. Friedrich Adler (1879-1960), político socialdemócrata e revolucionario austríaco, fillo de Viktor Adler. Foi opositor da política de guerra e, en 1916, asasinou ao primeiro ministro da monarquía Austro-Húngara, conde Karl von Stürgkh. Mais cumpriu só un ano de prisión, grazas ao término da guerra. Otto Bauer (1881-1938), político socialdemócrata, unha das figuras de proa do marxismo austríaco. Despois de participar en gobernos dos socialistas cristiáns, Bauer encabezou a resistencia ao fascismo de Dollfuss e partiu cara o exilio en París, en 1934, morrendo alí meses despois do Anschluss. Lev Davidovitch Bronstein, Trotsky, viviu en Viena de 1907 até 1917. Era cliente fixo do Café Central, onde habitualmente xogaba ao xadrez. Discutía alí política cos socialistas austríacos, mais viría a ter mala opinión deles, por non seren revolucionarios. En outubro de 1917, o presidente do goberno austríaco, conde Heinrich Clam-Martinic, anunciou aos seus pares a eclosión da revolución bolchevique en Rusia, engadindo que "o seu instigador foi, ao parecer, o señor Bronstein do Café Central". Alfred Adler (1870-1937), médico, psiquiatra, psicanalista. Rompeu en 1911 con Freud, con quen en 1902 fundara a Sociedade Psicanalítica de Viena. Alfred Adler fumaba o seu xaruto no Central, mais Freud prefería o Café Landtmann. Sigmund Freud frecuentaba ás veces o Café Central. Poderiamos imaxinalo sentado nunha mesa de canto coa súa discípula, amiga e admiradora Lou Andreas-Salomé. Theodor Herzl (1860-1904), natural de Budapest, viviu en Viena. Foi o fundador do moderno sionismo político. Foi sucedido no liderado do movemento polo húngaro Max Nordau. Peter Altenberg (1859-1919), bohemio e escritor xudeu, está imortalizado nunha estatua no propio Café Central, sentado nunha mesiña, preto da porta de entrada. Figura non convencional e extravagante, usaba sandalias, vivía en hoteis, era señor dunha xigantesca colección de postais ilustradas (máis de 10 mil) e era tido por pedófilo. Recibía o seu correo persoal no Café Central, mais tamén frecuentaba o Café Museum e o Café Landtmann. Viena.

domingo, 17 de julio de 2011

Monumental...

Epílogo...



"Miles de millones" foi o derradeiro libro escrito polo astrónomo Carl Sagan antes da súa morte por cancro en 1996. Os dezanove ensaios ou capítulos que compoñen a obra brindan a visión de Sagan sobre temas fundamentais nos que explica as cuestions científicas máis complexas dun xeito intelixíbel. O derradeiro capítulo ("En el valle de las sombras") é un relato da súa loita contra o cancro que finalmente puso fin a súa vida en decembro de 1996. A súa dona, Ann Druyan, escribiu este fermoso e emocionante epílogo após a morte do autor.


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EPÍLOGO
Con su optimismo característico frente a una ambigüe­dad inquietante, Carl concluye así esta obra suya, prodigiosa, apasionada y asombrosamente original, en la que salta con audacia de una ciencia a otra.
Tan sólo unas semanas después, a comienzos de diciem­bre, se sentó a la mesa para cenar y observó, con un gesto de extrañeza, su plato favorito. No sentía apetito. En tiempos mejores, mi familia siempre se había enorgullecido de lo que llamábamos «wodar», un mecanismo interno que escruta in­cesantemente el horizonte a la búsqueda de los primeros indi­cios de un próximo desastre. Durante nuestros dos años en el valle de las sombras, el wodar había permanecido siempre en estado de alerta máxima. En esa montaña rusa de esperanzas que se desplomaban, se alzaban y volvían a caer, incluso la más leve alteración de un solo aspecto de la condición física de Carl hacía sonar todos los timbres de alarma.
Nuestras miradas se cruzaron fugazmente. De inmediato comencé a dar forma a una hipótesis benigna para explicar aquella súbita falta de apetito. Como de costumbre, razoné que no debía de guardar ninguna relación con la enferme­dad, que sólo debía de tratarse de un desinterés pasajero por la comida en el que una persona sana jamás repararía. Carl consiguió esbozar una sonrisa y dijo: «Quizá.» Sin embargo, a partir de aquel momento tuvo que obligarse a comer y sus fuerzas menguaron visiblemente. Pese a todo, insistió en cumplir un compromiso contraído hacía ya tiempo y pro­nunciar aquella misma semana dos conferencias en el área de la bahía de San Francisco. Cuando regresó a nuestro hotel tras la segunda charla estaba exhausto. Llamamos a Seattle.
Los médicos nos apremiaron a volver de inmediato al Hutch. Me aterraba tener que decir a Sasha y a Sam que no regresaríamos a casa al día siguiente, como les habíamos pro­metido; que en lugar de ello haríamos un cuarto viaje a Seat­tle, lugar que se había convertido para nosotros en sinónimo de horror. Los chicos se quedaron de una pieza. ¿Cómo disi­par convincentemente sus temores de que aquello podía aca­bar, al igual que en las tres ocasiones anteriores, en otra es­tancia de seis meses lejos de casa o, según sospechó Sasha, en algo mucho peor? Una vez más recurrí a mi mantra estimu­lante: «Papá quiere vivir. Es el hombre más valiente y fuerte que conozco. Los médicos son los mejores que hay en el mun­do...» Sí, tendríamos que postergar la Janucá*,
pero en cuan­to papá se restableciera...
Al día siguiente, en Seattle, una radiografía reveló que Carl padecía una neumonía de causa desconocida. Los repe­tidos análisis no lograron determinar si su origen era bacte­riano, viral o fúngico. La inflamación de sus pulmones cons­tituía tal vez una reacción tardía a la dosis letal de radiaciones que había recibido seis meses antes como preparación para el último trasplante de médula ósea. Unas grandes dosis de esteroides sólo consiguieron aumentar sus sufrimientos y no hicieron ningún bien a sus pulmones. Los médicos empe­zaron a prepararme para lo peor. A partir de entonces, cuando iba por los pasillos del hospital encontraba en los rostros familiares del personal expresiones harto diferentes. Me es­quivaban y rehuían mi mirada. Era preciso que viniesen los chicos. Cuando Carl vio a Sasha, pareció operarse en su con­dición un cambio milagroso. «Bella, bella Sasha —exclamó—. No sólo eres bella, sino también maravillosa.» Le dijo que si conseguía sobrevivir sería en parte por la fuerza que le brin­daba su presencia. Durante unas cuantas horas los monitores del hospital registraron lo que parecía un cambio completo. Mis esperanzas aumentaron, pero en el fondo no podía dejar de advertir que los médicos no compartían mi entusiasmo. Vieron aquella momentánea recuperación como lo que era, «veranillo de otoño», la breve pausa del organismo antes de su pugna final.
—Esto es un velatorio —me dijo serenamente Carl—. Voy a morir.
—No —protesté—. Lo superarás como ya hiciste antes, cuando parecía que no quedaban esperanzas.
Se volvió hacia mí con el mismo gesto que yo había con­templado incontables veces en las discusiones y escaramuzas de nuestros 20 años de escribir juntos y de amor apasionado. Con una mezcla de buen humor y escepticismo, pero, como siempre, sin vestigio de autocompasión, repuso escuetamente:
—Bueno, veremos quién tiene razón ahora.
Sam, de cinco años ya, fue a ver a su padre por última vez. Aunque Carl luchaba por respirar y le costaba hablar, consi­guió sobreponerse para no asustar al menor de sus hijos.
—Te quiero, Sam —fue todo lo que logró musitar.
—Yo también te quiero, papá —dijo Sam con tono so­lemne.
Desmintiendo las fantasías de los integristas, no hubo conversión en el lecho de muerte, ni en el último minuto se refugió en la visión consoladora de un cielo o de otra vida. Para Carl, sólo importaba lo cierto, no aquello que sólo sir­viera para sentirnos mejor. Incluso en el momento en que puede perdonarse a cualquiera que se aparte de la realidad de la situación, Carl se mostró firme. Cuando nos miramos fija­mente a los ojos, fue con la convicción compartida de que nuestra maravillosa vida en común acababa para siempre.
Todo comenzó en 1974, en una cena que ofrecía Nora Ephron en Nueva York. Recuerdo lo guapo que me pareció Carl, con su deslumbrante sonrisa y la camisa remangada. Hablamos de béisbol y de capitalismo, y me asombró hacer­le reír de tan buena gana. Pero Carl estaba casado y yo pro­metida a otro hombre. Los cuatro empezamos a salir, intima­mos y pronto empezamos a trabajar juntos. En las ocasiones en que Carl y yo nos quedábamos solos, la atmósfera era eufórica y electrizante, pero ninguno de los dos reveló un atis­bo de sus verdaderos sentimientos. Habría sido impensable.
A comienzos de la primavera de 1977, la NASA invitó a Carl a crear una comisión para seleccionar el contenido del disco que llevaría cada uno de los vehículos espaciales Voyager 1 y 2. Tras un ambicioso reconocimiento de los planetas exteriores y de sus satélites, la gravitación expulsaría del sis­tema solar las dos naves. Se presentaba, pues, la oportunidad de enviar un mensaje a posibles seres de otros mundos y épo­cas. Podría ser algo mucho más complejo que la placa que Carl, su esposa Linda Salzman y el astrónomo Frank Drake habían incluido en el Pioneer 10. Aquello fue un primer paso, pero se trataba esencialmente de una placa de matrícula. En el disco de los Voyager figurarían saludos en 60 lenguas hu­manas, el canto de una ballena, un ensayo sonoro sobre la evolución, 116 fotografías de la vida en la Tierra y 90 minutos de música de una maravillosa diversidad de culturas te­rrestres. Los técnicos calcularon que aquellos discos de oro podrían durar 1.000 millones de años.
¿Cuánto es un millar de millones de años? Dentro de 1.000 millones de años los continentes de la Tierra habrán cambiado tanto que no reconoceríamos la superficie de nues­tro propio planeta. Hace 1.000 millones de años las formas más complejas de la vida en la Tierra eran bacterias. En plena carrera armamentística, nuestro futuro, incluso a corto plazo, parecía una perspectiva dudosa. Quienes tuvimos el privile­gio de crear el mensaje de los Voyager obramos con la sensación de realizar una misión sagrada. Resultaba concebible que, al estilo de Noé, estuviésemos construyendo el arca de la cultura humana, el único artefacto que sobreviviría en un futuro inimaginablemente remoto.
Durante mi ardua búsqueda del más valioso fragmento de música china, telefoneé a Carl y le dejé un mensaje en su hotel de Tucson, adonde había acudido para pronunciar una conferencia. Una hora más tarde sonó el teléfono en mi apar­tamento de Manhattan. Descolgué y oí su voz:
—Acabo de volver a mi habitación y he encontrado un men­saje que decía «Llamó Annie»; entonces me pregunté: «¿Por qué no habrá dejado ese mensaje hace diez años?»
—Pensaba hablarte de eso, Carl —respondí con tono de broma. Y luego más seria añadí—: ¿Para siempre?
—Sí, para siempre —respondió con ternura—. ¿Quieres casarte conmigo?
—Sí —contesté.
En aquel momento experimentamos lo que debe de sen­tirse al descubrir una nueva ley de la naturaleza. Era un eureka, el momento de la revelación de una gran verdad, que confirmarían incontables pruebas a lo largo de los 20 años si­guientes. Sin embargo, suponía también asumir una respon­sabilidad ilimitada. ¿Cómo podría volver a sentirme bien fuera de ese mundo maravilloso una vez que lo había conoci­do? Era el 1 de junio, la fiesta de nuestro amor. Luego, cuan­do uno de los dos se mostraba poco razonable con el otro, la invocación del 1 de junio solía hacer entrar en razón a la par­te ofensora.
Antes, en otra ocasión, había preguntado a Carl si uno de esos supuestos extraterrestres de dentro de 1.000 millones de años sería capaz de interpretar las ondas cerebrales del pensamiento de alguien. «¡Quién sabe! Mil millones de años es mucho, muchísimo tiempo. ¿Por qué no intentarlo, supo­niendo que será posible?», fue su respuesta.
Dos días después de aquella llamada telefónica que cam­bió nuestras vidas, fui a un laboratorio del hospital Bellevue, de Nueva York, y me conectaron a un ordenador que con­vertía en sonidos todos los datos de mi cerebro y de mi cora­zón. Durante una hora había repasado la información que deseaba transmitir. Empecé pensando en la historia de la Tie­rra y de la vida que alberga. Del mejor modo que pude in­tenté reflexionar sobre la historia de las ideas y de la orga­nización social humana. Pensé en la situación en que se encontraba nuestra civilización y en la violencia y la pobreza que convierten este planeta en un infierno para tantos de sus habitantes. Hacia el final me permití una manifestación per­sonal sobre lo que significaba enamorarse.
Carl tenía mucha fiebre. Seguí besándolo y frotando mi cara contra su ardiente mejilla sin afeitar. El calor de su piel era extrañamente tranquilizador. Quería que su vibrante ser físico se convirtiera en un recuerdo sensorial grabado en mí de manera indeleble. Me debatía entre el afán de animarlo a luchar y el deseo de verlo libre de la tortura de todos los apa­ratos que lo mantenían con vida y del demonio que llevaba dos años atormentándolo.
Llamé por teléfono a Cari, su hermana, que tanto de sí misma había dado para evitar ese desenlace, a sus hijos ma­yores, Dorion, Jeremy y Nicholas, y a su nieto Tonio. Unas semanas antes, todos los miembros de la familia habíamos celebrado juntos el Día de Acción de Gracias en nuestra ca­sa de Ithaca. Por decisión unánime fue el mejor Día de Acción de Gracias que jamás conocimos. Nos separamos encantados. En aquella reunión reinó entre nosotros una auten­ticidad y una intimidad que nos brindaron un sentido mayor de nuestra unidad. Luego coloqué el auricular cerca del oído de Carl para que pudiese escuchar, una tras otra, las despedidas de todos.
Nuestra amiga la escritora y productora Lynda Obst se apresuró a venir de Los Ángeles para estar con nosotros. Lyn­da se hallaba en casa de Nora aquella noche maravillosa en que Carl y yo nos conocimos. Había sido testigo, más que cual­quier otra persona, de nuestras colaboraciones tanto persona­les como profesionales. Como productora original de la pelí­cula Contacto, trabajó en estrecha colaboración con nosotros durante los 16 años que costó hacer realidad aquel empeño.
Lynda había observado que la perpetua incandescencia de nuestro amor ejercía una especie de tiranía sobre aquellos de nuestro entorno que no tuvieron tanta fortuna en la bús­queda de un alma gemela; pero en vez de molestarle nuestra relación, a Lynda le entusiasmaba tanto como a un matemáti­co un teorema de existencia, algo que demostrase que una cosa era posible. Solía llamarme Miss Hechizo. Carl y yo dis­frutábamos intensamente de los ratos que pasábamos con ella, entre risas, hablando hasta bien entrada la noche de cien­cia, filosofía, chismes, cultura popular, de todo. Esa mujer que había ascendido con nosotros, que me acompañó el día deslumbrante en que elegí mi vestido de novia, estuvo a nuestro lado cuando nos dijimos adiós para siempre.
Durante días y noches, Sasha y yo nos habíamos releva­do junto a Carl, murmurándole palabras reconfortantes al oído. Sasha le expresó cuánto le quería y todo lo que haría en su vida para enaltecerlo. «Un hombre magnífico, una vida maravillosa —le dije una y otra vez—. Bien hecho. Te dejo partir con orgullo y alegría por nuestro amor. Sin miedo. Pri­mero de junio. Uno de junio. Para siempre...»
Mientras realizo en pruebas de imprenta los cambios que Carl temía que fuesen necesarios, su hijo Jeremy está en el piso de arriba, dando a Sam su lección nocturna con el or­denador. Sasha se halla en su habitación, dedicada a sus tareas escolares. Las naves Voyager, con sus revelaciones sobre un minúsculo mundo favorecido por la música y el amor, se en­cuentran más allá de los planetas exteriores, rumbo al mar abierto del espacio interestelar. Vuelan a 65.000 kilómetros por hora hacia las estrellas y un destino que sólo podemos so­ñar. Estoy rodeada de cajas llenas de cartas procedentes de todo el planeta. Son de personas que lloran la pérdida de Carl. Muchas le atribuyen su inspiración. Algunas afirman que el ejemplo de Carl las indujo a trabajar por la ciencia y la razón contra las fuerzas de la superstición y el integrismo. Esos pensamientos me consuelan y alivian mi angustia. Me permiten sentir, sin recurrir a lo sobrenatural, que Carl aún vive.
Ann Druyan
14 de febrero de 1997
Ithaca, Nueva York

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*Festa xudía que celebrase durante oito días de decembro e con­memora a vitoria dos macabeos sobre Antíoco de Siria, no século II a. de C., e a purificación do Templo. Na actualidade é ocasión anual de agasallos para os nenos.

viernes, 15 de julio de 2011

A discoteca rusa...


Vladímir Kaminer

Tradución do alemán de Fernando de Castro García

160 páxinas

ISBN 978-84-92866-13-7

14 €

Vladímir Kaminer (Moscova, 1967) chegou en 1990 a Berlín –daquela, aínda a capital da RDA–, onde recibiu “asilo humanitario”, e esta cidade converteuse na súa nova patria. Formado como enxeñeiro de son para o teatro e a radio, e despois como dramatugo no Instituto de Teatro de Moscova, durante bastantes anos foi membro do grupo de teatro Reformbühne Heim & Welt, no que lía cada semana as súas historias no Kaffee Burger. As súas dúas obras Militärmusik e A discoteca rusa déronlle sona internacional, e foron traducidas a numerosas linguas. Ademais destas obras literarias, escribe regularmente para diversos xornais e revistas alemáns, e tamén ten traballado para programas de radio e televisión, ademais de organizar eventos no Kaffee Burger, como a célebre Discoteca rusa. En 2006 manifestou o seu desexo de se presentar ás eleccións de alcalde de Berlín no ano 2011.

Ós personaxes das historias d’A discoteca rusa non lles faltan recursos á hora de sobrevivir nesa xungla que pode chegar a ser Berlín. Quen vén a esta cidade faino cunha historia detrás e cunha chea de soños e esperanzas, que para algúns se cumpren e para outros non. Nas páxinas deste libro o autor cóntanos, por exemplo, como seu pai se emperrou en sacar o carné de conducir malia o pánico que lles provocaba, un tras outro, ós profesores da autoescola, ou como os vietnamitas agachan os cartóns de tabaco en gabias na rúa, para perdelos co primeiro ballón que cae… En resumidas contas, un universo de personaxes e historias surrealistas…

http://www.rinoceronte.es/catalogo/contemporanea/cont026.htm

miércoles, 13 de julio de 2011

Seguir sendo de esquerda...







Seguir siendo de izquierda
por Jorge Semprún
Escrito una década antes da desaparición da Unión Soviética, e inédito ate hoxe en España, este esclarecedor ensaio de Jorge Semprún é unha reflexión sobre o histórico autoritarismo comunista e unha decidida aposta pola democracia, as sociedades abertas e a liberdade. Aparece publicado no último número da revista cultural xudía "Letras Libres".
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Haber sido comunista
¿Qué significa ser de izquierda, hoy? Pregunta clara e imprecisa a la vez. Clara porque sin duda es bastante fácil hacer un catálogo de los modos de ser de izquierda. E incluso una distinción entre maneras de hacer –o de no hacer– porque siempre habrá una brizna de imperativo categórico en tales terrenos.Hay, en efecto, cosas que no se pueden hacer. En ningún caso, y suceda lo que suceda.Por ejemplo: no se puede colaborar en Le Figaro Magazine después de haber roto (muy justamente: ¡gracias otra vez, bravo!) con la estrategia conservadora, bajo el fraseo de ultraizquierda, del Partido Comunista Francés de Georges Marchais. Ni tampoco se puede escribir, sobre todo si se tiene un pasado de compromiso militante, que “los servicios de información, la cia o el sdece, son menos anticomunistas que el intelectual de izquierda medio, porque aquellos tienen informaciones reales...”, para concluir: “Los hombres de Estado burgueses tienen una visión menos histérica de las cosas, contrariamente a los intelectuales que no viven más que de símbolos. En este sentido, francamente, prefiero Marcellin a Sollers.” Cuando se escriben estas líneas (Change, núm. 38, octubre de 1979), francamente, uno se sitúa en la extrema derecha del pensamiento y del sentimiento: nunca se puede, bajo ningún régimen, preferir un ministro de la policía a un escritor, aun cuando este fuera inconsecuente, veleidoso y acostumbrado a dar los cambios más imprevistos.Podríamos seguir así durante mucho tiempo. Hay todos los días en publicaciones llamadas de izquierda frases de hombres que se creen de izquierda y exhalan el más nauseabundo olor retrógrado.Pregunta imprecisa, sin embargo, si no sabemos a quién se plantea. Si no sabemos quién la responde. Cuando nunca se ha sido comunista, por ejemplo; o si se ha sido comunista mucho tiempo (¿pero en qué época?, ¿con qué responsabilidades?, ¿a nombre de qué?); o bien cuando nunca se ha sido estalinista por no tener la edad entonces, pero se ha sido maoísta (lo cual es aún peor, a fin de cuentas), la pregunta no implica los mismos problemas. Solo en un caso la pregunta no implica ninguno: si todavía se es comunista, o se es comunista reciente (porque sigue habiendo afiliaciones al pc, aunque esto nos parezca difícil de imaginar, olvidadizos que somos, por estar ya curados de esa enajenación, de las razones desrazonables que antaño nos empujaron a ello, puesto que no todo el mundo tiene la buena suerte –o el mérito– de ser huérfano de partido). En este caso, ser comunista y ser de izquierda es una y la misma cosa según la transparencia radiante de una buena conciencia totalmente opaca respecto a sí misma y ciega ante lo real. Fuera del contexto biográfico, en suma, la respuesta a esta pregunta corre el riesgo de ser vaga. O insignificante.Estamos entonces obligados, por afán de claridad, a comenzar por lo que hay en el mundo de más oscuro y turbio, o por lo menos confuso: por aquello que se ha vivido. Sin embargo no se trata de contar nuestra vida, por mucho interés que tenga un resurgimiento del yo bajo el anonimato de las experiencias políticas aplanadas por un discurso monolítico. Se trata de mostrar cómo lo vivido y lo conceptual se articulan, en una experiencia política y cultural del siglo xx (que en lo esencial no es el siglo de la conquista del espacio; ni de las nuevas fuentes energéticas; ni de ninguno de los decisivos descubrimientos de la revolución científica y técnica –decisivos, por lo menos, para la brutal reestructuración en curso del mercado mundial, de la división internacional del trabajo y la conmoción de las fuerzas productivas del capital social–, sino, me parece, el siglo del fracaso planetario de la revolución comunista).Entonces la pregunta sobre una actitud de izquierda, hoy, debe ser planteada ad hominem para que sea precisa. Yo, de 57 años de edad, español de nacimiento, cosmopolita por vocación, bilingüe y decidido a seguir siéndolo, hipopreparatoriano a los diecisiete años en el Liceo Henri IV, detenido en el maquis de Borgoña a los diecinueve, y habiendo festejado luego mis veinte años en Buchenwald, comunista desde 1941, permanente del Partido Comunista Español en 1952, negándome a quemar a Kafka y a gustar de la pintura de Fougeron, y sin embargo ideológicamente estalinizado, metido gustosamente en la clandestinidad antifranquista durante diez años, miembro de la dirección del mencionado pce a partir de 1956 –en la efímera onda de la desestalinización burocrática– bajo el pseudónimo de Federico Sánchez, excluido en 1964, escritor desde entonces, con cinco libros publicados y cinco guiones cinematográficos escritos, yo, pues, en 1981, ¿por qué digo todavía que soy de izquierda? Intentemos explicarlo.

Moscú, 1960

En Moscú, en agosto de 1960, el palacio en el que instaló su sede el Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética tenía una fachada de un rosa un poco tirando a ocre, si recuerdo bien. Salvo que fuese de un verde pistacho vaporoso. De un color, en cualquier caso, que recordaba el origen italiano de los arquitectos que antaño construyeron el monumental corazón de la ciudad.En la sala del edificio del Comité Central había una larga mesa, un tapiz verde. Jarras de agua, lápices, blocs de notas. Ningún cenicero, porque se prohíbe fumar: el camarada Suslov al parecer no soporta el olor del tabaco. Las delegaciones –fraternales, como se debe– penetran en la habitación. De un lado, los representantes del Partido Comunista de España: Dolores Ibárruri, la “Pasionaria”, presidenta del mismo; Santiago Carrillo, secretario general, y los miembros del Comité Ejecutivo: Enrique Líster, Ramón Mendezona y Federico Sánchez. Este último: yo mismo, si recuerdo bien.Del otro lado, en torno a Suslov –alto, delgado, gafas de acero, rebeldes mechas de cabellos blancos– estaban el inamovible Ponomarev y unos cuantos funcionarios de la Sección Extranjera del pcus. Boris Ponomarev, encargado hoy de controlar los partidos comunistas del mundo occidental, tarea cada vez más ruda, está allí desde los años treinta: uno de los niños vagabundos o bez-prizorni que salió de la marginalidad y se convirtió en el brazo derecho de Dimitrov, con su aspecto de burócrata minucioso, experto en el arte de nunca tener una idea personal que difiera de la línea oficial, sean cuales sean las modificaciones o los cambios bruscos.Tras las zalemas protocolarias, vamos al grano. Y este grano, en los momentos de bonanza ideológica de los “partidos hermanos” concernidos, consiste llanamente en un intercambio ritual de informaciones sobre las políticas respectivas. Luego de esto se publica un comunicado en el cual se habla de la unidad de puntos de vista, de la cordialidad de la conversación, amén.Carrillo es el primero que toma la palabra: honor al invitado. En cuarenta minutos, aproximadamente, resume las líneas esenciales de la estrategia del pce: luchas pacíficas de masas; utilización de las posibilidades legales, aunque sean estrechas; política de amplias alianzas antifranquistas, etcétera. Una estrategia, como todos pueden suponer, inspirada por las conclusiones del xx Congreso del pcus. Si hemos de remontarnos más lejos, proviene también, parcialmente, de los consejos que Stalin mismo en 1948 dio a una delegación del pce de la cual formaban parte dos de los dirigentes ahora presentes: la Pasionaria y Carrillo. En fin: Suslov no se entera de nada nuevo escuchando al secretario general del pce. Ninguna sorpresa es posible: ya conoce muy bien las premisas y los resultados de la política que Carrillo expone.Sin embargo, apenas Suslov ha tomado la palabra, apenas se ha congratulado en unas cuantas frases estereotipadas de la correcta estrategia del pce, inicia otro discurso con una línea en total contradicción. Durante más de una hora proclamará a la delegación española que un partido comunista no puede fundar su estrategia exclusivamente sobre una línea pacífica, sobre una perspectiva de avanzada democrática. Que siempre hay que estar preparado –y no solo en el plano teórico, sino además materialmente preparado– para cambiar de caballo en medio de la carrera y emprender una línea de lucha violenta, armada si es preciso, e incluso insurreccional. Manipulando todos los tópicos leninistas sobre la lucha de clases, el imperialismo, la necesidad de quebrar el aparato del Estado burgués, Suslov nos endilga la lección en un tono radical. (Hoy, cuando se me ocurre leer las interminables, indigestas resoluciones de la Dirección Estratégica de las Brigadas Rojas, me parece reconocer en ellas un eco –delirante sin duda, por haber perdido todas las articulaciones operatorias sobre lo real, pero un eco, sin embargo– de aquel viejo discurso marxista-leninista, izquierdista, de Suslov.)No me propongo ahora analizar las posibles motivaciones de aquella diatriba de Suslov en el contexto del conflicto latente, en el interior del grupo dirigente de Jruschov, sobre todas las cuestiones de la desestalinización. Tampoco examinarla en función de las divergencias con el Partido Comunista Chino, con el cual el conflicto se exaspera y se hace abierto –por lo menos en las esferas de iniciados del movimiento comunista– durante este verano de 1960 precisamente. Mi propósito no es tampoco mostrar qué consecuencias ha tenido esta proclamación de fe de Suslov sobre la historia interna del pce. Han sido muchas, pero este es otro asunto.Lo que me propongo es más limitado. Y también más personal. Porque ese día de agosto de 1960, en el húmedo calor de Moscú, señala una etapa decisiva –final, a decir verdad– en el proceso que me llevaría a comprender la condición verdadera de la burocracia política soviética. Decisiva igualmente para mi toma de conciencia del prodigioso trastocamiento de los valores de “izquierda” y de “derecha” que caracteriza a la historia del bolchevismo.En efecto: bajo una fraseología de “izquierda”, Suslov nos exigía estar dispuestos a adoptar la política más retrógrada, pues habría aislado al pce, roto o hecho precarios sus lazos aún existentes con las masas, relegándolo al gueto de todos los dogmas. Y esto, como en 1929 (clase contra clase), como en 1939 (pacto germano-soviético), como en 1947 (Kominform), en el interés exclusivo de un posible cambio de la diplomacia soviética según los intereses del Estado ruso. Y bien, no hay en el mundo nada más 
reaccionario –volveré sobre esto, claro– ni más a la derecha que el Estado ruso (o soviético) actual.

Una ideología de legitimación

“¿Pero qué dice usted? ¿1960? ¿El verano? ¿No es demasiado tarde para tomar conciencia de estas triviales verdades que enuncia usted con tono de haberlas descubierto? ¿Todo esto no había sido dicho, analizado, conceptualmente elaborado, mucho antes de 1960?”Oigo, pues, susurros de indignación. Y risas sarcásticas. Sin duda la ocasión es buena para aclarar las cosas. Sí, 1960 es realmente demasiado tarde para tomar clara conciencia de la naturaleza de la sociedad soviética, a través del espejo de su clase dirigente. Pero una toma de conciencia de este género siempre llega demasiado tarde, en relación con las posibilidades objetivas de información crítica y con las necesidades de una visión realmente de izquierda, cuando se milita en las filas del movimiento comunista.La práctica militante produce, en efecto, inevitablemente, una ideología de legitimación que enmascara lo real y forma una pantalla. La idea de una práctica colectiva, es decir fuertemente orgánica, institucionalizada (incluso si suponemos el tipo más flexible de organización), capaz de cuestionarse constantemente, es solo un sueño beato. Toda organización militante inspirada en el marxismo exuda esa ilusión de una transparencia y de un intercambio dialécticos entre la teoría y la práctica, como el hígado secreta la bilis, según dicen los positivistas. Romper con esta ideología, cubrir el retardo sobre lo real, exige ante todo romper con la organización. Y este es un asunto que depende hasta tal punto de circunstancias biográficas e históricas que no se puede deducir de él ninguna regla. Ni, sobre todo, cargarlo con criterios morales a priori. Así, lo esencial no está en saber cuándo fulano o mengano ha roto con la mistificación de las organizaciones que se proclaman marxistas, sino ver hasta dónde habrá ido en este camino de ruptura. Porque hay quienes no van lejos, quienes tienen poco aliento, es verdad.Claude Lefort, uno de los pocos intelectuales franceses de izquierda que no estuvo retardado acerca de estas cuestiones, sino más bien adelantado a la conciencia de su tiempo, ha escrito en su ensayo sobre Solzhenitsyn (Un hombre de más) que “el itinerario de las personas no está aquí a juicio. Entre aquellos que, fuera de las filas del partido, han hecho del nombre de la urss un bastión contra la inseguridad, como entre aquellos que militaron y se comprometieron hasta muy lejos, se encuentran los que abandonaron su fe cuando se produjo el golpe de Praga, y otros en el momento del proceso Slansky o el caso de las Blusas Blancas, otros que esperaron hasta la insurrección húngara, las revueltas de Polonia o la entrada de los tanques rusos en Budapest, o incluso, mucho más tarde, la intervención de estos en Checoslovaquia. En cada uno la experiencia sigue un trayecto que los acontecimientos del mundo no determinan sino de muy lejos”.Podríamos prolongar esta enumeración de Lefort, hablar de Afganistán, por ejemplo. O predecir que la política exterior soviética no dejará, si sobrevivimos en los años que vienen, de dar otras razones de toma de conciencia y de ruptura a otras generaciones de militantes o de intelectuales simpatizantes. Pero lo esencial, ahora, está en la frase final del párrafo de Lefort citado: “Lo que, por lo contrario, plantea un problema –decía– es el fenómeno social de negación de los hechos relativos al universo soviético.”Esto es, en efecto, lo que plantea un problema, y sin duda el problema esencial de todo pensamiento de izquierda: su generalizada incapacidad de concebir, o bien su voluntad de no concebir, la realidad social de la urss, su naturaleza opresiva, su tendencia objetiva a la expansión imperial.

Trotski, antes de Stalin...

En enero de este año (1981), en Barcelona, durante el v Congreso del psuc (partido de los comunistas catalanes) un delegado obrero gritó, para justificar la intervención soviética en Afganistán: “¡No olvidéis nunca, camaradas, que detrás de los tanques llegaron los tractores y las campañas de alfabetización!” La exclamación, dejando aparte que no se atiene a ninguna realidad, que no traduce sino una pía ilusión, es profundamente reveladora. No solo de una situación de hecho en el comunismo hispánico –cuya crisis actual, en toda su complejidad contradictoria, no se trata de analizar aquí–, sino además de una actitud política ya tradicional. De historia y consecuencias fácilmente advertibles, por añadidura. Actitud que consiste en apoyar, o siquiera justificar a largo plazo, con argumentos “de izquierda”, y cualesquiera que sean las restricciones tácticas y morales, las empresas del Estado soviético.¿Qué quería proclamar, de hecho, este delegado obrero del Llobregat catalán? Con la violencia surgida de una condición social brutalmente deteriorada por el desempleo y la inflación, con la religiosidad que siempre exasperan las ausentes perspectivas políticas, proclamaba su identidad proletaria a través de la identificación con un curso de la historia supuestamente glorioso.
Los tanques rusos, como antaño los lanceros polacos de Napoleón, eran portadores objetivos del progreso histórico, de las luces de la razón.Vieja ilusión, sin duda. Ilusión nefasta, más bien, que contribuye decisivamente a obnubilar, desarmar o dispersar las fuerzas de renovación hipotéticamente advertibles dentro de las organizaciones políticas de la izquierda europea. Porque esta idea del carácter “objetivamente” progresista del régimen surgido de la revolución rusa de 1917 no solo produce estragos en las filas de los partidos comunistas. Por este lado, más bien habría que señalar una pérdida de velocidad del habitual triunfalismo, una vaguedad teórica prudentemente mantenida, que permite a los ideólogos oficiosos funcionar a la vez en defensa de los derechos del hombre y en defensa de la política exterior de la urss. No obstante, desde el “apoyo incondicional a la Unión Soviética, piedra de toque del internacionalismo proletario”, según la fórmula consagrada hasta el xx Congreso, al “balance globalmente positivo” de hoy, la retirada de Rusia del gran ejército comunista no habrá dejado de provocar pérdidas sustanciales.Por otro lado, en la intelligentsia de izquierda y en el socialismo democrático, esta ilusión del papel positivo de la Unión Soviética –como elemento del equilibrio mundial, por ejemplo; y también por su apoyo a ciertos movimientos del Tercer Mundo– continúa envenenando el debate. O más bien cerrándolo aun antes de haberlo
iniciado. A veces, allí donde partidos socialistas se hallan en el poder, la razón de Estado de una Ostpolitik de distensión e intercambios comerciales se nutre de esta idea y a su vez le da nuevas fuerzas y contornos nuevos. En otras partes, allí donde partidos socialistas aspiran a dicho poder –muy legítimamente, y no se puede menos que alentarlos–, una estrategia de unión de las izquierdas alimenta los silencios, las torpezas, las tachaduras, en el análisis de los regímenes del Este.Como quiera que sea, el grito de ese delegado del Congreso del psuc, en enero de 1981, recorrió los titulares de los periódicos españoles. Algunos gacetilleros vieron incluso perfilarse detrás de esa proclamación el fantasma de Stalin. En lo cual probaban su ignorancia, o al menos su imprecisión. Porque más bien el delegado nos haría pensar en Trotski. De hecho, ese comunista catalán repetía, casi palabra por palabra, argumentos de Trotski en 1939 ó 1940. Y sin duda no lo sabía. Por lo demás, de haberlo sabido, no habría podido recuperarse: se habría quedado con la boca abierta.Trotski, en cualquier caso, dedicó una buena parte de los dos últimos años de su vida –hasta ese día de agosto de 1940 en que fue asesinado por Ramón Mercader, militante del mismo psuc, compañero de armas y de juventud de algunos de los hombres que dirigen aún este partido– a una polémica intolerante contra sus propios camaradas, dirigentes franceses o norteamericanos de la iv Internacional, que ponían en tela de juicio, desde 1937, y más desde el pacto Hitler-Stalin y el reparto de Polonia, la naturaleza obrera, aun cuando fuese degenerada, del Estado soviético, y la tesis de León Davidovich que propugnaba la defensa incondicional de dicho Estado. Citaré solo una frase de Trotski de los textos de esos años, entre los cuales lo esencial de la discusión se halla en la recopilación En defensa del marxismo. Aquí está: Cuando las tropas francesas invadieron Polonia, Napoleón firmó un decreto que estipulaba: “La servidumbre queda abolida.” Esta medida no se la dictaban a Napoleón ni su simpatía por los campesinos, ni los principios democráticos, sino el hecho de que la dictadura bonapartista se apoyaba en las relaciones de propiedad burguesas y no feudales. Dado que la dictadura bonapartista de Stalin se apoya en la propiedad del Estado y no en la propiedad privada, la invasión de Polonia por el Ejército Rojo deberá, en tales condiciones, acarrear la abolición de la propiedad privada capitalista...La argumentación de Trotski parece clara. O más bien es confusa, pero está claro que tiende a justificar la tesis de la defensa incondicional del Estado estaliniano, esencialmente en función de la superioridad doctrinariamente atribuida a la propiedad estatal sobre la propiedad privada. Precisamente contra semejantes tesis se desarrolló, en 1947, en la iv Internacional, una discusión conducida por la tendencia Castoriadis-Lefort, la cual originó el grupo Socialismo o Barbarie, del cual nunca se dirá bastante hasta qué punto sus trabajos iluminan nuestra historia y estructuran nuestras tomas de conciencia, aun siendo con retardo, por haber dejado de dar nacimiento a una práctica de masas. (Pero este último punto suscita un problema que no es posible siquiera esbozar aquí.)Como quiera que sea, fue entre los intelectuales de la Oposición de Izquierda donde se supo a la vez desenmascarar al estalinismo y oponerse al triunfalismo doctrinario de Trotski, desnudando las contradicciones de su estrategia, considerados los mejores cuando no los únicos ejemplos de lucidez teórica, y esto desde los años veinte. Para convencerse, bastaría leer o releer la carta que Boris Souvarine dirigía a Trotski el 8 de junio de 1929 (reproducida en la recopilación Contributions à l’histoire du Comintern, bajo 
la dirección de Jacques Freymond, Droz, 1965). Sobre el conjunto de las interrogantes del movimiento comunista en esa época, y sobre el problema de la “derecha” y la “izquierda”, que aquí nos ocupa, se hallarán allí puntos de vista de una inteligencia histórica siempre operatoria.



La piedra de toque



Aquí estamos de nuevo en el punto de partida: ¿con qué se puede identificar hoy, cómo caracterizar un auténtico pensamiento de izquierda? La respuesta es relativamente sencilla. La identifica el hecho de no rechazar el análisis hasta el fondo de la naturaleza social de la urss y sacar de ello todas las consecuencias morales y políticas. Dando la vuelta a la fórmula de antaño, puede decirse que la piedra de toque de un pensamiento de izquierda es la actitud crítica hacia la urss, actitud de la cual uno de los corolarios es, claro está, el rechazo de los partidos procedentes de la tradición kominterniana, porque no son, en ningún caso, y bajo ninguna condición, reformables. Toda vacilación, toda falsa huida en esta cuestión central, toda tentación de salvar el “socialismo real” o “primitivo” o “inacabado” (dejemos a los teólogos elegir sus adjetivos, dejémoslos acicalar sus sofismas sobre el altar del curso de las cosas, de la inexorable corriente de las cosas; solo puede conducir a un callejón sin salida teórico y práctico).Un pensamiento de izquierda, a mi juicio, y para calmar ahora al más urgido, con todos los riesgos de simplificación que esto conlleva, solo puede articularse en torno a dos tesis centrales, las cuales intentaré resumir.1. Aun si la historia circunstanciada de la emergencia de una nueva clase explotadora en la urss está lejos de haber terminado, aun si el funcionamiento exacto de las nuevas relaciones de opresión debe ser más finamente analizado, hay sin embargo una conclusión que ya se impone y que se debe tener el valor de afrontar: la victoria de los bolcheviques en octubre de 1917 ha sido un desastre para la clase obrera mundial.Sin duda ha sido una obra maestra de táctica política (¡demos a Lenin lo que es de Lenin!); sin duda provocó y propagó, no solo a través de la vieja Rusia zarista, sino en el mundo entero, el más formidable movimiento social, la más vertiginosa “ilusión lírica” de la historia moderna; pero esto no impide que su resultado fundamental habrá sido no solo establecer una nueva sociedad de opresión burocrática, sino además, y con mayor gravedad, el reducir la clase obrera a un papel exclusivo de productora de plusvalía, privándola de autonomía, de verdadero dinamismo interno, de la misma posibilidad de lucha por la hegemonía. Ningún régimen capitalista ha logrado ni puede por definición lograr esta prueba de fuerza, puesto que su “progreso” depende parcialmente de las luchas y la expansión misma de la clase de los trabajadores.Así, no en función de los criterios de los derechos del hombre, por respetables que estos sean, ni en virtud de las exigencias democráticas, sin embargo decisivas, sino desde el punto de vista de la clase obrera misma, es necesario condenar el régimen surgido de la brillante victoria de los bolcheviques. Pero es necesario dejar claro que, para un pensamiento de izquierda, condenar es combatir.2. En lo que concierne al marxismo, en relación con el cual se ha definido el pensamiento de izquierda contemporáneo (“horizonte insuperable”, etcétera), como su práctica está articulada en función de la urss y de los partidos comunistas, bastará decir ahora que hay que acabar con la idea que le es latente de una clase universal cuya misión histórica sería la de cambiar el mundo. Pues el proletariado no es esa clase, lo cual se puede demostrar no solo por la experiencia histórica, sino además por una producción conceptual que no deberá rechazar sino simplemente desarrollar algunos de los análisis mayores del mismo Marx. Y es en la no realidad histórica del proletariado como clase universal donde arraiga el papel de sustitución paródica y totalitaria del Único: el Estado-Partido.Habrá que intentar, pues, terminar con el fantasma de una sociedad totalmente unificada y unívoca; hay que comprender que la sociedad democrática se funda en el conflicto y las contradicciones, sobre su funcionamiento reconocido y sin cesar renovado, y no sobre su rebasamiento (o Aufhebung) totalitario, y por lo demás ilusorio.Ciertamente no se hallarán en la obra de Marx todas las ideas necesarias para esta inversión teórica, sobre todo si nos atenemos a su codificación actual, tan diversa como inoperante. Hay que buscar en otra parte e inventar nuevas ideas. Pero se pueden hallar, en el mismo Marx, algunos de los temas y de las inspiraciones críticas que nos ayudarán en esta tarea de liquidar el marxismo.

Ser de izquierda, hoy

En este punto de la reflexión, claro está, habría que hacer por una parte el balance de la experiencia personal que condujo a tales puntos de vista, y por otra parte abordar un interrogante que viene a colocarse, burlonamente, en primer plano: ¿Se puede, a partir de semejantes tesis de partida, elaborar una estrategia, una práctica colectiva? O bien este radicalismo crítico (ser radical consiste en tomar las cosas por su raíz, se ha dicho) ¿no conduciría, más que a una moral personal, a una práctica individual, al golpe por golpe?Es evidente, en cualquier caso, que se queda uno solo cuando expresa opiniones como estas para la elaboración de un pensamiento-práctica de izquierda. Pero no es menos evidente que, con algunos matices, somos muchos los que estamos solos de esta manera en Europa. ¿Se puede pensar en la solidaridad combativa de todas esas soledades?No examinaremos hoy esa interrogante. Primero, porque exige un desarrollo muy largo. Y luego porque acaba de desatarse un grave tumulto entre los lectores de “izquierda” de este escrito. Se les oye gritar en los rincones y recordarme ásperamente que aún no he dicho una palabra ni de la derecha, ni del imperialismo norteamericano, y ni siquiera de las sangrientas dictaduras de América Latina. ¿Y no es en función principalmente de todo esto que hay que definirse y manifestarse, si pretendemos actuar a la izquierda, o por lo menos ser de izquierda?En una carta del 15 de noviembre de 1945, George Orwell (y sin duda el lector inteligente advertirá, de Souvarine a Lefort, pasando ahora por Orwell, cualesquiera que sean las evidentes diferencias entre estos autores, el hilo de Ariadna que le tiendo, la genealogía de un auténtico pensamiento de izquierda cuya realidad histórica pretendo hacer sentir), Orwell, pues, escribía: “Me parece que no se pueden denunciar los crímenes actuales cometidos en Polonia, en Yugoslavia, etcétera, si no se insiste de la misma manera sobre la necesidad de acabar con la injusta dominación británica en las Indias. Pertenezco a la izquierda y en ella desarrollo mi acción, por grande que sea mi odio del totalitarismo ruso y de su nefasta influencia en este país...”Desde el punto de vista metodológico, la indicación de Orwell es siempre válida, sin duda. Una práctica de izquierda no es la que establece una especie de geometría tranquilizadora pasando de una protesta contra el gulag siquiátrico de Brezhnev a una condena contra Pinochet: es en primer lugar la que sabe hacer frente a las empresas de dominación de su propia clase dirigente.Así, la batalla social cotidiana –batalla sangrienta de la productividad capitalista– es la primera preocupación de los trabajadores. Su razón de ser misma. Y los intelectuales de izquierda deben hallarse junto a ellos, en esta batalla concreta, sin la cual no habría, por lo demás, sociedad civil: para convencerse de ello basta mirar el espejo soviético. Desde el punto de vista de la experiencia masiva de la clase, ese enfrentamiento tiene, pues, una prioridad absoluta, como es evidente. No está mal repetirlo. Repitámoslo, pues.En segundo lugar, hay que enfrentarse igualmente a las miras imperiales de nuestra propia burguesía en aquellas regiones del mundo occidental donde todavía puede tenerlas. Este es también un imperativo absoluto. Pero anotemos inmediatamente que, si la lucha popular (relativa) contra la guerra de Argelia, en Francia, y la lucha (masiva) contra la guerra de Vietnam, en los Estados Unidos, desempeñaron una función determinante en la solución del conflicto, todavía esperamos combates comparables en la urss contra la invasión de Checoslovaquia o la de Afganistán, para no remontarnos muy lejos. Lo cual vuelve a colocar en su sitio las griterías tercermundistas de cualquier especie.No se trata, entonces, de recaer en un obrerismo, sea cristiano, maoísta o estúpidamente estaliniano, desde lo alto de nuestra situación privilegiada de intelectuales “de izquierda”. Se trata de reflexionar sobre una estrategia que sobrepase, o por lo menos transforme, la condición obrera. ¿Es posible esa estrategia? ¿En qué contexto histórico? ¿En torno a qué ejes programáticos?Ahora bien, para intentar ver claro: la cuestión fundamental no es la barbarie de Pinochet, ni el desmantelamiento de la siderurgia lorenesa, ni siquiera el nuevo despliegue imperial de Reagan. La cuestión fundamental es la de la actitud hacia la urss y los partidos comunistas. Mientras la izquierda no haya resuelto esta cuestión de una manera nueva, no podrá siquiera proponerse una estrategia de hegemonía social democrática. No podrá, pues, plantearse valederamente la cuestión de una respuesta a los empujes totalitarios surgidos de los sistemas parlamentarios en crisis. Ser de izquierda, hoy, pasa por esta aparente desviación.No es seguro que esto sea bien comprendido. Por lo menos, ampliamente comprendido. Pero se debe insistir, pase lo que pase.
Traducción do francés ao español de José de la Colina

Publicado no número de xaneiro de 1982 en Vuelta.

lunes, 11 de julio de 2011

Historia y Vida...



A revista HISTORIA Y VIDA dedica no número do mes de xullo o seu dossier central ao antisemitismo.
¿Por qué la hostilidad hacia los judios?

lunes, 4 de julio de 2011

Operación Paz...


Por Isa Martens

Heute (Viena) 01.07.11*

Abdel-Rahman (9 meses) apenas tiña posibilidades de sobrevivir. O pequeno veu ao mundo cun grave problema no corazón: na franxa de Gaza (de onde ven Abdel-Rahman) non hai médicos especialistas. Alí domina a organización radical islamista Hamas, que quere facer desaparecer a Israel e que, diariamente, lanza mísiles contra ese país. Os pais do pequeno (seguidores de Hamas) xa tiñan escollido un cadaleito para o neno e mandado preparar a súa tumba. Foi entón chegou a esperanzadora noticia desde Tel Aviv. Apesar de todo o odio e os problemas existentes, os médicos israelís manifestaron estar dispostos a operar o pequeno paciente – salvaron o neno dos inimigos! O Doutor Lior Sasson, xefe de cirurxía infantil logrou efectuar a operación de maneira exitosa. Medo a que, cando se faga maior, Abdel-Rahman vaia combater a Israel, non ten: “Cada neno que nós salvamos, é unha semente para a paz e para un futuro mellor entre israelís e palestinos, explica o médico. Entrementras, Abdel xa está de novo na franxa de Gaza, onde o seu irmán o coida. Este declarou agora a un xornalista: “Mudei a miña opinión – soamente creo na paz”.

* Traducido do alemán por Carlos Penela