Por Ánxel
Vence
Faro de Vigo - 30.07.2013
Hastiados
de tanto elogio a los vecinos de Angrois y de que una fatalidad pueda
ser gestionada eficazmente por un gobierno de provincias, son
bastantes los que por ahí empiezan a ver poco o ningún mérito en
el abordaje del desastre ferroviario de Santiago. Ni las catástrofes
se libran de las rebajas, por lo que se ve.
La
españolísima costumbre de buscar culpables a cualquier precio ha
llevado a algunos a detectar fallos de coordinación y retrasos del
todo imperdonables en el operativo que dio respuesta al accidente.
Poco importa que los propios afectados elogiasen la solidaridad del
vecindario y la tan rápida como eficiente intervención de los
muchos profesionales que, con su esfuerzo, aliviaron en lo posible
los efectos de la tragedia. Si ellos no se quejan, alguien tendrá
que hacerlo: aunque sea rebuscando errores de organización que nadie
vio sobre el terreno.
Peor
se pone el asunto si uno atiende a la cháchara en los foros de
Internet, donde las culpas se reparten equitativamente entre el
Gobierno anterior, el actual, la Renfe, Adif, los recortes
presupuestarios y los políticos en general.
Cierto
es que no conviene hacer mucho caso a esos foros, que suelen ser
reuniones de gente embozada tras un alias. Fue Hernán Casciari el
primero en advertir que una de las grandes ventajas de Internet
consiste en haber retirado a los tontos de las calles para que “se
queden en casa conversando entre ellos”, en vez de darle la lata a
los transeúntes. Aun así, no dejan de inquietar las cosas que la
gente escribe cuando se sabe –o cree- anónima.
Una
de las afirmaciones que en estos días de rebajas proliferan en
Internet es la de que la actitud de los vecinos de Angrois no fue, en
realidad, para tanto bombo como se le está dando. De acuerdo con
esta teoría de la bondad universal, el coraje y la rapidez –por no
hablar ya de la eficacia- con los que el vecindario de esta parroquia
acudió en socorro de las víctimas son los mismos que habría
adoptado cualquier otro ser humano en no importa qué lugar del
mundo. Nada habría de particular, por tanto, en esa solidaria
reacción.
No
hay por qué pensar lo contrario, salvo por el hecho de que unos
pocos días atrás, otra catástrofe ferroviaria ocurrida en la
estación de Bretigny, cerca de París, dio origen a cierta polémica
sobre ese comportamiento humano que al parecer resulta tan habitual y
previsible. Algunos supervivientes al descarrilamiento, que causó
siete muertes, se quejaron entonces de que los curiosos, en lugar de
prestarles ayuda, se limitaran a grabar en vídeo las escenas del
desastre. Y, a mayores, un sindicato policial denunció –se ignora
si con fundamento o sin él- que un grupo de jóvenes había
aprovechado la confusión de la tragedia para robar equipajes y
teléfonos móviles. No hay noticia alguna, en cualquier caso, de
respuestas solidarias de la población.
Tampoco hubo queja, ciertamente, de la actuación
de los servicios de salvamento que, al igual que en Santiago,
demostraron la profesionalidad que se les supone. Las autoridades
francesas, por supuesto, continúan con la investigación de las
causas del accidente dos semanas después de que ocurriese; aunque
nadie –por fortuna- les acuse de falta de organización ni de
lentitud en su proceder.
Aquí,
en cambio, estamos ya de rebajas: y ni los vecinos de Angrois quedan
fuera de esos saldos. España, en fin.
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