Ni
la OLP volverá a tomar el control de Gaza, ni a Israel le daría
ninguna ventaja táctica ocuparla. Sólo queda blindarla
LA
batalla de Gaza no se juega en Gaza. Su envite es Teherán. Y el
intercambio de fuego y muertos en la frontera de la franja despliega
el cruel decorado escénico propio a las grandes operaciones de
diversión.
Los
misiles palestinos que apuntan a Tel-Aviv y Jerusalén -en donde, por
cierto, difícilmente podrán distinguir entre judíos y musulmanes-
no son ya los artesanales Qassam de hace un par de decenios. Son muy
perfeccionados FAJR-5 iraníes: forman parte de la panoplia armada
sobre la cual los clérigos de la ciudad santa de Qom -que rigen la
República Islámica- piensan haber planificado con fidelidad la
orden divina de borrar Israel y a los israelíes del mapa. Y, a ser
posible, de la historia de la especie humana. Hamás, cuya carta
fundacional se asienta sobre esa exigencia de exterminar a los judíos
en el Cercano Oriente, es el laboratorio ideal para el proyecto
-teológico, aún más que militar- en el cual ve la República
Islámica de Irán su razón de existencia. Los ayatollahs aguardan
de la benevolencia divina consumar aquello en lo cual fracasó el
nazismo: la solución final. El arma atómica pondría la diferencia.
En
2005, Ariel Sharón tomo la decisión de ceder unilateralmente Gaza.
Israel se replegó de ese territorio -que ocupaba desde 1967- sin
negociar contrapartidas. No había inconveniente económico: en lo
económico, Gaza es nada. Aunque quizá se minusvaloró el coste
militar de ese tipo de generosidades. Se contaba con la hipótesis de
que, una vez Arafat extinto, la misma generación de dirigentes de la
OLP que había visto como una locura la negativa del Rais a aceptar
el plan de paz Clinton-Barak en Camp David, acabaría por -explícita
o camufladamente- retornar a sus términos. Era no tomar en cuenta la
espiral suicida que acaba por vencer siempre en Palestina. La OLP fue
derribada en Gaza por el golpe militar de Hamás en el año 2007, y
sus militantes pasados a cuchillo por los secuaces de Ismael Haniya.
La OLP de Mahmud Abbas quedó reducida a una estable Cisjordania.
Como ya sucediera en el septiembre negro de 1970, los militantes
gazaitíes del Fatah constataron la diferencia que existe entre ser
prisionero en una enemiga cárcel israelí y ser ejecutado in situ
por fraternales manos. Desde entonces, Gaza es un devastado terreno
en manos de una organización terrorista. Al modo y manera en que lo
fue Afganistán bajo Al-Qaeda.
Es
una situación irreversible. Ni la OLP volverá a tomar el control de
Gaza, ni a Israel le daría ninguna ventaja táctica ocuparla. Sólo
queda blindarla. Por mar y por tierra. Las consecuencias de hacerlo
serán terribles para la población palestina. Las de no hacerlo,
serían letales para un Israel que no ignora lo que está en juego:
su borrado del mapa, para el cual Irán mantiene a Hamás en Gaza y a
Hezbollah en la frontera libanesa: una impecable tenaza logística
para el día en que el armamento nuclear iraní esté en condiciones
de ser utilizado. Si es que antes -claro está- Israel no lo
destruye. En Irán está el envite
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