RUSIA. Por Joaquín Rábago
Faro de Vigo – 18.07.2017
Hay quienes — y son poderosos— no
quieren a Rusia en Europa. Hay muchos a ambos lados del Atlántico que prefieren
verla no ya solo como un rival económico, sino como un enemigo. Hay muchos
efectivamente que parecen echar de menos aquella Guerra Fría con los dos
bloques irreconciliables de cuyo enfrentamiento tanto partido sacaron algunos.
Hay quienes no aceptarán nunca la
anexión de Crimea por lo que supone de violación del derecho internacional y de
peligroso precedente e insistirán en seguir castigando por ello a Rusia hasta
conseguir que suelte supresa. Pero todos ellos se niegan a verlo que con tanta
claridad se ve desde el otro lado:una OTAN que no deja de estrechar su cerco en
torno a Rusia como si el Pacto de Varsovia no hubiera pasado ya a la historia.
No cabe duda de que Rusia ha intentando intervenir una y otra vez en los
procesos electorales de algunos de los países de su antigua órbita,pero ¿no lo
ha hecho también y de forma continua Occidente? ¿No tuvieron acaso nada que ver
los políticos y economistas norteamericanos en la adopción por la Rusia de
Boris Yeltsin y demás países del Este de radicales "terapias de choque que
tanto sufrimiento causaron a sus poblaciones?
Los medios de Estados Unidos parecen
últimamente empeñados en acusar a Rusia de haber ayudado a Donald Trump a
robarle prácticamente la Casa Blanca a la demócrata Hillary Clinton. Pero con
independencia de lo que hayan podido hacer los rusos, los demócratas se
hundieron ellos mismos al optar por la candidata del establishment, de Wall
Street y del Pentágono frente a un Bernie Sanders que ponía en cuestión sus
intereses.
No hay que negar el morbo que tiene
ahora para los medios— y no solo los de EEUU— publicar todo lo relacionado con
el supuesto ciberespionaje ruso y la complicidad culpable del en torno de
Donald Trump. Lo cual sirve al mismo tiempo para seguir demonizando a una Rusia
que se insiste en vereternamente ajena a los valores europeos.
No es cuestión de defender a un
autócrata como Vladimir Putin o negar la enorme corrupción allí existente, pero
¿por qué aceptar en cambio la de Georgia o Ucrania por poner solo dos casos
entre muchos? ¿O a otros dirigentes igualmente autoritarios que tenemos más
cerca como el húngaro Viktor Orban o el polaco Jaroslaw Kaczynski? ¿No estarnos
aplicando distinta vara de medir según los casos? Con independencia de la
antipatía que nos produzca a muchos la Rusia de Putin, ¿por qué no pensar en
que es también el país de Tolstói, de Pushkin,de Gógol,de Pasternak,de
Rajmáninov,Prokófiev o Stravinski? Una Rusia en definitiva europea, que es la
que queremos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario