Por
Michel Warschawski
Viento Sur
A iniciativa de mi joven amigo, el documentalista
Eran Torbiner, fuimos hace unas semanas a recogernos ante las tumbas de
Leopold Trepper y de su compañera y cómplice Luba Brojde. Fue precisa
toda la habilidad de Eran para encontrar el emplazamiento de sus tumbas
en el inmenso cementerio judío de Jerusalén.
El mismo día, aún conmovido, conté a mi hija Talila, una joven
cultivada y erudita, lo que acababa de hacer. Talila no había oído nunca
hablar ni de Leopold (Leib) Trapper ni de la Orquesta Roja.
Inmediatamente he descubierto que para la juventud israelí de su
generación el nombre del jefe de la Orquesta Roja no significaba
absolutamente nada. Asumo la entera responsabilidad de la falta de
transmisión a mis hijos, pero la ignorancia generalizada de su
generación -así como, por otra parte, de la que la precede- es un
problema de sociedad y un fracaso del sistema educativo israelí.
¿Fracaso? Más bien una opción: un judío comunista que además fue un
espía soviético, no es un ejemplo para la juventud israelí.
La Orquesta Roja fue una red de espionaje soviético activa durante la
Segunda Guerra Mundial en Francia, Bélgica, Países Bajos y Dinamarca
bajo la ocupación nazi, pero también en Berlín, en el corazón del
régimen. Está admitido que pocas redes de espionaje fueron tan eficaces
como la Orquesta Roja, cuyos agentes habían logrado infiltrarse en la
máquina de guerra alemana y recoger así informaciones de primera mano.
El Almirante Canaris, jefe del contraespionaje nazi, hizo el balance de
los daños provocados por la Orquesta Roja, declarando que “al menos 200
000 soldados sucumbieron como consecuencia de la actividad de la
Orquesta Roja”.
Si Stalin y los burócratas de sus servicios de espionaje hubieran
tenido más confianza en esta red compuesta esencialmente de judíos
internacionalistas (dos características poco apreciadas en Moscú), no
habrían tenido que pagar el precio colosal de la invasión alemana en
1941: Trepper y sus amigos habían transmitido a sus jefes la fecha
exacta de la Operación Barbarroja, pero en Moscú creyeron que era una
operación de intoxicación británica.
La realidad de la Orquesta Roja supera todas las ficciones,
incluyendo la evasión de Trepper de las oficinas de la Gestapo, cuando
su red fue descubierta. Pero no se trataba de espías clásicos: Trepper y
sus camaradas eran en primer lugar militantes comunistas para quienes
el antifascismo era visceral, y el hecho de que la mayoría de entre
ellos fueran judíos, hacía de su combate una lucha personal contra el
nazismo. Esto explica, en parte, la desconfianza que reinaba entre los
miembros de la red y los servicios de espionaje de Moscú y los arreglos
de cuentas tras la guerra.
En 1945 Trepper fue llamado a Moscú adonde acudió con otros heraldos
de la lucha antinazi en el avión personal de Stalin. Pero no fue la
medalla de heraldo de la Unión Soviética la que le esperó, sino los
calabozos de la siniestra Lubianka, donde pasó diez años. Comparado a
los demás que fueron casi todos asesinados, se puede decir que no le
salió del todo mal.
Como consecuencia de la ola de antisemitismo en Polonia en 1968,
Trepper abandonó su país para ir a Francia, y luego a Israel, donde
vivió con Luba en un modesto piso de protección oficial del barrio
Kiryat Hayovel de Jerusalén, donde me reuní con él dos veces. En su
entierro en 1982 no había más que una docena de personas -vecinos
esencialmente- y, evidentemente, ningún representante oficial del Estado
de Israel. Eran ha consultado el Waze: no hay ninguna calle con el
nombre de Trepper o de la Orquesta Roja. A las afueras de
Jerusalén, se ha plantado un bosquecillo con el nombre “La Orquesta
Roja”, con estelas con los nombres de algunos de sus miembros. Trepper, Hillel Katz, Zocha [Yehudith Kafri] y sus compañeros y
compañeras son los verdaderos heraldos del pueblo judío en el siglo XX,
no Joseph Trumpeldor o Meir Hartzion. Pero, ¿quién les menciona en los
medios o en los programas escolares?